martes, 28 de enero de 2014

Los días en Czymanowo

Hoy, mientras hacía el check-in on line, recordé que en enero vencía la tasa anual del pasaporte italiano. Antes de entrar en pánico e imaginarme el peor escenario (impedida de viajar, perder el vuelo de mañana y la conexión de la semana que viene, con la dificultad adicional de no tener ninguna embajada o consulado italiano cerca) busqué en internet algo de información sobre el dichoso estampillado. Afortunadamente, encontré un foro de argentinos en Australia donde varios afirmaban que el pago de ese impuesto se controlaba únicamente al entrar o salir de Italia.

Todo está en la web. En Wikipedia descubrí que Gdansk, una de las ciudades más lindas de Polonia, es Danzig por su nombre en alemán, el que había aprendido en el Liceo. Danzig es la ciudad donde los alemanes abrieron fuego contra el destacamento polaco de Westerplatte el 1º de setiembre de 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los antiguos edificios de Gdansk fueron reconstruidos, ya que la ciudad fue arrasada durante la guerra, al igual que Varsovia. Afortunadamente, aún se conserva en perfectas condiciones la grúa medieval de madera con la que se descargaban los buques en el siglo XIV.

En esta región de Polonia viven desde el Siglo XIII los Kaszubi o Kashubians, eslavos de la Pomerania Occidental que no fueron asimilados por la cultura germana, por lo que mantuvieron sus tradiciones, costumbres y lengua. Víctimas de la crueldad nazi, en un bosque cercano a Czymanowo ─el pequeño poblado donde he pasado los últimos días─ hay un memorial y un cementerio con tumbas anónimas que recuerdan la masacre de quince mil de ellos durante la ocupación alemana.

Junto a Kristofer, Ela y sus hijas Dorota y Hania, he visitado las ciudades de Gdynia, Sopot y Gdansk, también llamadas Trójmiasto o Tres Ciudades. También estuvimos en Wejherowo y en la Central Eléctrica de Zarnowiec, junto a Czymanowo, donde Kristofer trabaja. Ha nevado abundante y de a ratos el viento ha soplado con fuerza, levantando polvareda pero no de tierra sino de nieve. En este preciso instante está nevando otra vez. Ela mira para afuera con resignación, detesta el invierno. En cambio César, el perro de la familia, pide para salir a cada rato, se sienta en el frente de la casa, sobre la nieve, y espera con ansiedad sus múltiples paseos diarios. Risza, la gata, que es quien en realidad manda entre los dos, lo mira con cierto aire de condescendencia.

Mañana dejo Polonia. Un mes y medio entre polacos, comienzo a descifrar este difícil lenguaje que es un yeyeo constante. Son cálidos, expresivos, hospitalarios, comen ñoquis y caramelos de dulce de leche y toman mucho alcohol. Ela me enseñó a preparar panqueques de papa, que resultaron ser húngaros. Me llevo algunas otras recetas, también el golpe frío de la nieve en la cara y muchas ganas de volver algún verano.

miércoles, 22 de enero de 2014

Pomerania

Cuando aún estaba en Cracovia estudiando el mapa en busca de tierras más cálidas, Dorota descubrió que estaba en Polonia y me invitó a que visitara a su familia en el norte, cerca del Mar Báltico. Llama a Robert, mi primo─ insistió. Atravesé el país en doce horas y llegué a Koszalin a eso de las siete de la mañana. Robert me esperaba en la terminal. En su casa, su esposa Kasia y sus dos hijas ─Julia de doce años y Martina de nueve─ ya estaban prontas para comenzar con las actividades del día.

Robert y Kasia se tomaron unos días libres para mostrarme la Pomerania. Estuvimos en Mielno y Kolobrzeg, en el Mar Báltico; y en Torun, una ciudad medieval, cuna de Nicolás Copérnico, tan bella como Cracovia.

Robert es un anfitrión de lujo. Para cada día tenía planeada alguna actividad y también organizó el resto de mi estadía en el norte, para que conociera a toda la familia. Kasia es más reservada y se revela de a poco: una mujer bella e inteligente y una madre muy atenta. Las niñas andan siempre cerca: ambas me ayudan a preparar unos ñoquis, en especial Julia, quien demuestra tener buena mano para la cocina.

Martina colecciona monedas y se trajo de Torun una réplica de moneda antigua acuñada a la vista en la plaza principal. El último día, mientras armaba mi mochila, se acercó al cuarto y me dio un abrazo. Yo no sabía como retribuir el cariño que me habían brindado en esos días y ella me dio la oportunidad: le regalé monedas de Georgia, Armenia, Bulgaria, Albania y toda la Ex-Yugoslavia.

martes, 21 de enero de 2014

Pękanino

Salió el sol en Pękanino, un sol muy tímido que se refleja en la nieve y le arranca algunos brillos. No más de doscientas personas viven en este pequeño poblado al borde de la ruta 28, a unos veinte kilómetros de Koszalin. No hay iglesia en torno a la plaza principal, tampoco hay plaza principal. Perros vigilantes ladran desde los jardines, menos en la casa de Gosia. Daysi y Boczek ─Panceta─ prefieren treparse a los sillones y pelearse por mis atenciones.

A falta de edificios importantes, Pękanino tiene un bosque. Comienza a pocos metros de la casa y se extiende sobre varias hectáreas. Es un bosque de troncos esbeltos y semi desnudos, tapizado de ramas ahora cubiertas por la nieve, que se hunde bajo nuestros pasos. En el centro del bosque se abre un claro. El lugar se llama Bagna y es un terreno anegado, una especie de pantano de aguas congeladas. A lo lejos, entre los árboles, veo dos ciervos.

En la casa viven Elena ─la madre de Dorota, una amiga polaca que vive en Uruguay─, su hija Gosia y sus dos nietas, Ola y Ania. Nadie habla inglés, excepto Ania, que pasa la mayor parte del día en el Liceo. Gestos y un diccionario suplen la falta de diálogo. Así transcurren las horas entre nosotras. El resto de la familia ─Renata, Sofía, Mariola y una larga lista de sobrinos─ visita la casa a diario. Ellos toman herbata, yo mate con yerba Moncayo que Dorota dejó la última vez que anduvo por aquí.

martes, 14 de enero de 2014

Luces y sombras de Cracovia

Hace muchos años leí una novela de una autora argentina de la que no recuerdo el nombre ─tampoco recuerdo el título del libro─ que se desarrollaba en Cracovia e iba tras los pasos de algún alquimista. Esto lo traigo a colación porque hoy, mi último día en la ciudad, visité el Rynek Underground: un fantástico museo multimedia construido tras varios años de estudios arqueológicos en la Plaza del Mercado. Allí, bajo tierra, fue reconstruido con sus propias piezas el universo de la Cracovia medieval y fue recreado un mundo que hoy se nos hace lejano y oscuro. En esa sucesión de capas de calles empedradas y de madera, alquimistas, cabalistas y artesanos de todos los misterios debieron cruzarse a diario.

Otro museo mucho más oscuro quedó también para el último día: el Ulica Pomorska, parte del Museo Histórico de Cracovia. En la calle Pomorska Nº2, durante la ocupación Nazi, funcionaron los Cuarteles Generales de la Gestapo. Allí pueden visitarse las celdas donde los prisioneros eran interrogados y también la exhibición People of Krakow in Times of Terror 1939 - 1945 - 1956. La exposición, además de mostrar objetos y documentos de esos años, narra historias personales de víctimas de la ocupación alemana y de muchos sobrevivientes y héroes que más tarde se conviertieron en sospechosos y víctimas del nuevo régimen.

Cracovia es un museo en sí: calles, edificios, iglesias, sinagogas, monumentos, memoriales. Pero la mayor parte del tiempo la pasé en los bares y restaurantes de Kazimierz, leyendo y hurgando en otros mundos oscuros, los míos. El viaje más fascinante es al de las propias sombras.

martes, 7 de enero de 2014

Zakopane

Zakopane es un centro de vacaciones de invierno. Su nombre significa enterrado o sepultado y hace referencia a que el lugar queda cubierto por la nieve. No obstante, la mayoría de las pistas de ski de la ciudad están cerradas. La temperatura ronda los diez grados y no hay rastros de nieve, al menos no en el pueblo.

Voitek me la había presentado como la Disneylandia polaca. Y tiene un poco de lugar fabricado para ser feliz por un rato. Atracciones turísticas de todo tipo, carruajes, hombres disfrazados de muñecos, todo decorado con luces y adornos tradicionales.

Si bien es bastante caro, nos las ingeniamos para conseguir alojamiento por un muy buen precio y, con lo que ahorramos, nos damos la panzada en cuanto restaurante típico ─es decir, casi todos─ encontramos a nuestro paso. La comida de las highlands ─así se la presenta en los menús─ es cien por ciento a base de carne. La ambientación de los restaurantes también: animales embalsamados con las fauces abiertas me miran desde las paredes y el techo mientras yo trato de comer mi panqueque de papa (moskal) con manteca de ajo y salsa de hongos, uno de los pocos platos vegetarianos de la carta.

La noche del sábado vamos al Café Europeyska, un reducto muy original donde Ricardo presenta su show. Con clásicos polacos e italianos de los últimos cuarenta años, va cambiando su indumentaria en función del repertorio y se las ingenia para hacer bailar a la ecléctica concurrencia. En el Europeyska pruebo el orzech laskowy u orzechowka, una variedad de vodka con avellana. Es dulce y la graduación alcohólica es menor, no hace falta bajarlo con jugo o pepinillos.

Pero Zakopane no es solo comida y bebida. Las montañas Tatra forman parte de un área protegida, un parque nacional donde practicar senderismo, montañismo, ski y otros deportes de invierno. Recorremos sus bosques de pinos inmensos, bordeando arroyos de lechos pedregosos y aguas cristalinas. Camino interior, señalan los carteles indicadores de los senderos del parque.

Días atrás hubo una gran tormenta y los vientos aún persisten. Fen, fohen o halny: son vientos fuertes, secos y cálidos que llegan desde el sur, suben la montaña y generan ese microclima especial de temperaturas altas para la época. Monitoreamos la situación durante todo el fin de semana, a la espera de que la estación del cablecarril volviera a funcionar. Finalmente, cuando el viento amaina, subimos a uno de los picos más altos de la montaña, a más de dos mil metros. No obstante, arriba aún sopla con fuerza, arremolinando los copos de nieve que se desprenden de la nube en la que estamos inmersos. No se ve a más de unos pocos metros. Todo es blanco y confuso, la imagen de un alma perdida en el cielo.