Llegó octubre y sí, es una obviedad, iba a llegar de cualquier modo. El almanaque es una mentira recurrente, el tiempo no existe pero en este plano nos persigue sin piedad. Lo interesante de este octubre es que me alcanza en el Cairo. Si el anterior había sido el dejá vu de un sueño casi abandonado, éste es la claudicación ante toda referencia. La revolución está en todos lados, la más íntima, la de los sentidos, los afectos, las proximidades, los abrazos. Todas las torres se cayeron en un sueño de algunas noches atrás y, en medio del derrumbe, se colaban los bocinazos de la siempre inquieta plaza Tala'at Harb.
La aventura cairota está llegando a su fin. Al principio no sabía cómo acomodar el cuerpo en las calles de esta ciudad, ahora no me quiero ir. Sumergirse en la experiencia egipcia contemporánea es desafiante y fascinante, demanda interés e intención, paciencia y respeto, tolerancia y aceptación. Superados ─mejor digo, integrados─ los mil y un obstáculos cotidianos, la máscara se resquebraja y permite descubrir a un pueblo hospitalario y generoso que está de pie, despierto, frente una encrucijada de caminos.
La aventura cairota está llegando a su fin. Al principio no sabía cómo acomodar el cuerpo en las calles de esta ciudad, ahora no me quiero ir. Sumergirse en la experiencia egipcia contemporánea es desafiante y fascinante, demanda interés e intención, paciencia y respeto, tolerancia y aceptación. Superados ─mejor digo, integrados─ los mil y un obstáculos cotidianos, la máscara se resquebraja y permite descubrir a un pueblo hospitalario y generoso que está de pie, despierto, frente una encrucijada de caminos.
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