martes, 31 de diciembre de 2013

Hojas

Cuanto más esperes por el futuro, más breve será cuando llegue.

Aniushka, la perra de Voitek, está despatarrada a mis pies. Disfruta de la calma previa a las explosiones de fin de año, mientras yo ordeno y pongo nombres a las fotos de Varsovia, del Parque Real Lazienki y de los rastros del Gueto. Así de diversa es esta ciudad, así de profunda. No es posible ignorar los sufrimientos perpetrados y padecidos, hay alertas en cada esquina. Tampoco es posible dejar de saborearla, el presente vibra en otra clave.

Esta noche nos iremos a la Plaza Zamkowy a arrancar la última hoja del almanaque. De las anteriores, atrapo al vuelo algunas y me veo buscando la salida del puerto de El Pireo con Silvia en Atenas; fumando con Yotsko en la azotea de Plovdiv; tomando café con canela con Stanislava en el balcón de Veliko Tarnovo; cosechando papas con Carol en Cherven; haciendo dedo con Miha para llegar a Cabo Kaliakra; tomando cerveza con Ruggero y Rosa en el vagón comedor del tren a Kars ; y chacha con Giani en el mercado de Tbilisi; caminando por el Gran Cáucaso con Erika y Jiri; y con Voitek de regreso a Meghri, en el sur de Armenia, con las montañas iraníes como telón de fondo; despidiéndome por tercera vez de Jordi y Alberto en Yerevan; buscando las termas de Lixha con Carlos y Jonathan en Albania y jugando al pool con Jonathan en Sarajevo; tomando mate con Laura en Plovdiv, con Maja en Novi Sad y con Vesna en Uzice; cruzando el puente sobre el Drina con Vesna, Jasna y los niños en Visegrad y cocinando ñoquis para todos ellos; yendo al Arena de Belgrado con Christian y despidiéndome de Jonathan por cuarta vez en esa ciudad.

Que el 2014 los encuentre en el presente, el único lugar donde todo ocurre; y compartiendo amor, la única razón para estar aquí.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Ticket to ride

A Voitek y Piotr les gustan los juegos de mesa. Tienen uno que se llama Ticket to ride y que consiste en trazar rutas ferroviarias sobre el mapa de Europa. Como nunca se por dónde seguir viaje, acepté el desafío para buscar inspiración. Finalmente, cumplí con mi meta ─completé mi ruta, que resultó ser a Cádiz─ y además les gané por un montón de puntos.

Cada día salgo a recorrer Varsovia con el mapa en el bolsillo. El sistema de transporte es un lujo. Me compro un ticket que es válido por tres días y con el que puedo viajar en metro, ómnibus y tranvía. Hay una sola línea de metro, que corre paralela al Río Vístula y a lo largo de la Avenida Marszałkowska. La casa de Voitek está a dos cuadras de la estación Racławicka y llegar al centro me toma menos de diez minutos. He recorrido las principales avenidas de la ciudad: Solidarnosci (Solidaridad) ─que lleva el nombre de la organización sindical liderada por Lech Wałęsa en la década del 80─, Jerozolimskie (Jerusalem), Jana Pawla II y Andresa. Anchas y ordenadas, transitadas por autos, buses y tranvías y señalizadas hasta el empacho. He caminado por la elegante peatonal Chmielna y por la también glamorosa calle Nowy Swiat ─y su continuación Krakowskie Przedmiescie─ que atraviesa el centro de la ciudad y desemboca en Stare Miasto o Ciudad Vieja.

También he cruzado los puentes que conducen a Praga, el barrio más allá del Vístula, donde deambulé entre antiguas fábricas, barracones y edificios con fachadas que han perdido sus balcones y molduras. Dicen que en la época de la segunda partición de Polonia, cuando los imperios circundantes la borraron del mapa europeo, había un tren diario que unía Varsovia con San Petersburgo. El tren llegaba hasta Praga y frente a la estación se levantaba ─y allí se encuentra aún─ una imponente catedral ortodoxa, para que los rusos se sintieran como en casa.

En mis largos paseos, visité los dos principales cementerios de la ciudad, ambos sobre la avenida Okopowa y uno a continuación del otro: el Powazki, con su galería de tumbas de ciudadanos ilustres, y el Judío, con sus piedritas sobre el memorial dedicado a los niños. Varsovia es una ciudad homenaje: a los caídos durante el Uprising, a los deportados al Este, a los conducidos a los campos de exterminio.

A pesar de su historia, los polacos tienen un gran espíritu festivo. Así como de memoriales y monumentos, la ciudad está plagada de bares, restaurantes y clubes. He comido en restaurantes de comida tradicional polaca, asiática, africana y vegana. Y he tomado cerveza polaca, checa y ucraniana en bares que conservan el espíritu de la época socialista ─también he probado la versión vegetariana del pan relleno de salchicha típico de esa época─ y en discotecas con pista de baile al mejor estilo de John Travolta.

Varsovia tiene además una gigantesca y muy bien señalizada Estación Central. Desde allí salen trenes para los cuatro puntos cardinales. Seguramente no a Cádiz ─aunque la dirección suroeste me entusiasma, ya que este invierno primaveral no va a durar mucho tiempo─ pero sí a Cracovia, que tiene fama de ser una de las ciudades más bonitas de Europa.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Navidad III

De Gizycko volvimos en tren. Y en tren fuimos a Łapy, donde viven la madre y la abuela de Voitek. El viaje fue más corto, pero era 24 y el compartimiento iba completo: ocho personas y un perro. Los pasillos del tren también estaban llenos, así que nos fuimos al vagón comedor a tomar un herbata ─té en polaco─ y, unos kilómetros más adelante, unas cervezas.

Łapy, el pueblo natal de Voitek, queda cerca de la frontera con Bielorrusia. Algunas casas de madera, el monumento a los deportados a Siberia y el Parque Nacional Narwianski son las atracciones turísticas de una pequeña ciudad que en un principio parece no tenerlas. Sin embargo, estábamos allí para celebrar la Navidad y la familia materna de Voitek ─al igual que la paterna en Gisycko─ convirtió ese lugar perdido en una fiesta inolvidable.

Voitek me había hablado mucho de su abuela en Armenia. Me la imaginaba estricta y autoritaria pero también divertida. Seguramente haya sido y aún sea así con él. Lusha es además una señora adorable, expresiva y efusiva. Aunque nuestra comunicación estaba limitada por el idioma, siempre se hizo entender, generalmente para animarme a comer o beber un poco más, si eso era aún posible.

La Vigilia católica indica que no se debe comer antes de la salida de la primera estrella y que no se debe comer carne ─excepto pescado─. La tradición establece además que debe haber al menos doce platos diferentes en la mesa, contando entradas, platos principales, acompañamientos y sopas. La cena en lo de Lusha cumplía a rajatabla con el mandato: había variedad de pescados preparados de muy distintas formas, todos deliciosos.

De pie alrededor de la mesa navideña estabamos Voitek, Piotr y yo, Isa y Pavel, Lusha; Barbara ─hermana de Lusha─ y su esposo Marek; y Alicia, la madre de Voitek. Cada uno tomó un trozo de opłatek ─oblea─ y, desplazándonos en círculo, lo compartimos con los demás, intercambiando besos y bendiciones. Que nuestros deseos colgados en el árbol de Navidad se cumplan, me dijo Piotr. El día que llegué a Polonia lo habíamos armado con chirimbolos fabricados por nosotros con cartulina blanca: renos, pinos, flores, símbolos de todas las religiones y nuestros deseos para el 2014.

Svieti Mikołai también estuvo en Łapy. En Gizycko me había dejado unos guantes de lana forrados en franela. En Łapy, una bufanda, jabones naturales, chocolates, un juego de collar y pulsera ─que fácilmente le agregan medio kilo a mi mochila─ y las palabras de Lusha cuando nos despedimos: Come again next year.

Navidad II

El 21 nos fuimos para Gizycko, en los lagos del norte, cerca de la frontera con Kaliningrado ─ese pedacito de Rusia que está entre Polonia y los países bálticos─. Salimos de Varsovia temprano en la mañana en el auto de Isa y Pavel, hermana y cuñado de Voitek. Fueron unas tres horas y media de viaje atravesando las tierras planas de la región de Masowsze, donde parece que nada hubiera sucedido en años. Pueblos quietos, rutas angostas por donde transitan camiones que van a Lituania y Rusia. En Gizycko nos esperaba el resto de la familia paterna: Kristofer y su esposa Eva e Ivona y Marisha ─las otras hermanas de Voitek─ junto con sus maridos e hijos.

Cuando Voitek y yo nos despedimos en Armenia, yo aún comía carne. En los días posteriores y con Jordi y Alberto ─los ciclistas catalanes─ como testigos, comencé mi proceso hacia el vegetarianismo, que se fue afirmando con la ayuda involuntaria de Drágana primero y de Jonathan después. Mi familia es bastante tradicional y la mayoría de los platos típicos navideños tienen pescado, me dijo Voitek no bien lo puse al tanto de mi nueva dieta. No te preocupes, voy a comer todo lo que me sirvan.

Hablar de la Navidad en Polonia implica hablar de comida típica, ritos católicos, villancicos y vodka. Cuando llegamos, a eso del mediodía, nos estaban esperando con la mesa tendida y el primer shot de vodka. Luego de las presentaciones de rigor, nos sacamos los zapatos y nos sentamos a desayunar en la cocina. El desayuno consistió en café con leche, te y jugos, pan casero, manteca, queso, panceta, paté de jabalí, pepinillos en vinagre, ajvar ─está escrito en serbio, es una pasta de morrón que a veces lleva berenjena─, horseradish ─pasta de rábano picante─, ensalada rusa y gelatina de pollo y cerdo. Y una torta recién hecha, como postre. El pan, el paté, los pepinillos y la gelatina eran caseros. En la familia de Voitek todos son buenos cocineros, no por nada él terminó siendo chef de su propio restaurante.

Kristofer y Eva habían alquilado un apartamento para nosotros, ya que la casa paterna estaba sobre poblada. Allí fuimos a descansar y a prepararnos para la cena. Cuando volvimos estaba todo dispuesto en el comedor: platos, fuentes y vasos para el jugo y el vodka. En Polonia se brinda con las dos manos ocupadas: una con el shot de vodka y la otra con un vaso de jugo o un pepinillo. En Metadisco, una discoteca del centro de Varsovia, lo acompañé con una bebida gaseosa de la época comunista, con sabor a aspirineta. Lo importante es bajarlo con algo. Hay muchos tipos diferentes de vodka. En casa de Kristofer probé Krupnik, una variedad más dulce, preparada con hierbas.  

Nosotros, en nuestra familia, al vodka le decimos "the talent"─ me cuenta Marisha, porque saca a relucir nuestros mejores talentos.Y al menos uno de ellos es el de cantar villancicos a coro. Luego de la pantagruélica cena ─ganso con salsa de arándanos y peras; berenjenas asadas con crema de mayonesa, queso y hierbas; zapallo a la manteca; y macarroni con pesto de morrón─ Eva inició la ronda de canciones navideñas polacas. Para no dejarme afuera, Kristofer incluyó en el repertorio la versión en inglés de Noche de Paz, aunque yo me uní a ella con la letra de Sumo, que fue la primera que me vino a la mente. Sueña un sueño imposible, y terminarás cantando villancicos en el norte de Polonia.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Navidad I

Cuando Voitek me invitó a celebrar la Navidad con él en Polonia, estaba tan confundida que inmediatamente me compré el pasaje para no darme la chance de cambiar una vez más de planes.

El 15 por la noche me tomé el tren a Budapest. Finalmente pude conciliar el sueño y a las seis de la mañana un hombre me despertó en la estación. Enorme, brumosa, con poco movimiento a esa hora. Cambié cinco euros y me dirigí a la parada del metro. Siguiendo las instrucciones de Vesna, tomé la línea 2 hasta el cruce con la 3. Seguí viaje en la M3 hasta la estación final y allí busqué la parada del bus que me llevaría al aeropuerto. Mi vuelo a Polonia salía a las once de la mañana.

En Varsovia, Voitek me estaba esperando. Y en su casa, me aguardaba un dormitorio improvisado en la cocina, con una cama armada sobre casilleros de bebidas, junto al calefactor. De Voitek ya lo dije todo cuando escribí sobre los compañeros de viaje. Piotr, su novio, es un tipo cálido, sensible y muy divertido. Tiene una mirada franca, su mente viaja a la velocidad del rayo y cuando está cansado es el peor niño de la clase. Estuvo viviendo seis meses en España, por lo que sabe algunas palabras en español e incorpora las nuevas con rapidez.

Cuando llegué, Varsovia estaba ya vestida para Navidad en sus principales plazas y avenidas. Ni un copo de nieve a la vista. El clima benigno y la bufanda de piel y lana que Voitek y Piotr me regalaron para mi cumpleaños me permitieron recorrerla a piacere durante toda la semana. Palacios, museos, los rastros del Guetto... pero eso lo contaré después.

Finalmente recibí las instrucciones sobre las cenas de Navidad. El 21 nos iríamos a Gizycko, en los lagos del norte, a la casa del padre de Voitek. El 22 volveríamos a Varsovia e iríamos a una cena de Navidad con sus amigos, en la Ciudad Vieja. El 24 viajaríamos a Łapy, cerca de la frontera con Bielorrusia, a la casa de su abuela materna. Y el 25 por la noche regresaríamos a Varsovia a recuperarnos de todos los excesos de comida, bebida y villancicos que suelen acompañar las celebraciones de Navidad en la muy católica Polonia.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Belgrado

Segunda vez en seis meses que siento nostalgia. La primera fue en Georgia, en el medio de una indigestión. Pero hoy no fue la sopa de hongos. No se bien qué fue. Capaz que la caminata por la rambla que bordea el Danubio, o el sol que hoy por fin ilumina el centro de Belgrado, tan parecido al de Montevideo. Que me llegan invitaciones a despedidas de fin de año. Que es el cumpleaños del General y que después viene el mío. La lista podría ser muy larga porque a veces, como dice Sabina, nos sobran los motivos, pero de sobra se que con uno alcanza. También se que la sudestada, como en Montevideo, va a ser intensa y va a dejar la vereda llena de ramas, pero no va a durar más de lo que le lleva a un serbio reponerse de una resaca.

Volví del sur (Uzice, Mokra Gora y Visegrad) ayer jueves con la idea de hacer el walking tour por Belgrado hoy viernes al mediodía. Y llegué tarde al punto de encuentro, en Trg Republike. Trg, plaza. Tsrkva, iglesia. Krst, cruz. Srpski, serbio. Ayer Milo, un amigo de Vesna, me explicaba que en serbio, cuando hay una conjunción de varias consonantes, la letra r funciona como vocal, marcando el punto de quiebre en la palabra. En un improvisado recorrido por Bulevar Aleksander, me mostró el monumento a Vuk Stefanović Karadžić, el mayor reformador del idioma serbio. También estuvimos en un Club de Bridge, en un apartamento ubicado en un tradicional edificio de la ciudad, justo arriba de una Milonga; y en el bar Tortuga Negra, donde me contó de sus planes de irse a vivir a Siberia, a cuarenta grados bajo cero, mientras templábamos un poco la sangre con vino tinto caliente.

Belgrado me gusta mucho más de lo que hubiera esperado. Le iba a dar un par de días antes de seguir rumbo a Sarajevo, hasta hace dos semanas la perla de los Balcanes. Los Balcanes, sangre mezclada y revuelta, siempre espesa y vibrante, nunca del todo seca. A pesar de mis esfuerzos por parar y deshacer el bolso, aquí y ahora no hay nada que me retenga, motivo suficiente para seguir viaje.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Recreo

Serbia se recorre en trenes, al menos eso es lo que uno ve en las películas. Llegué Uzice desde Belgrado, luego de un viaje de cuatro horas entre montañas de bosques pelados cubiertas de nieve y muchos, muchos túneles. Atrás quedaron el apartamento de Drágana en Nuevo Belgrado, el barrio chino donde me compré una verdadera campera de invierno, el partido de básquetbol entre el Partisani y el Budivelnik de Kiev en el Kombank Arena, el bar del mexicano en la esquina de la mezquita y el ballet contemporáneo en el Madlenianum Opera House. También los edificios bombardeados por la OTAN que visitaré cuando vuelva, antes de tomarme el tren a Budapest.

Miro por la ventana. Me rodean colinas blancas, techos blancos, pinos blancos. Uzice es una pequeña ciudad cerca de Zlatibor, una de las montañas más famosas de la región. En 1941, los partisanos comunistas al frente de Tito derrotaron a los nazis y crearon la República de Uzice, probablemente el estado independiente de más corta vida en la historia: 67 días.

Estamos bajo cero, pero la casa es tan acogedora como la familia que me recibe. Vesna estuvo en Montevideo hace casi dos años. Es sociable, directa, independiente y habla español. Por la mañana tomamos mate con lo que quedó de la yerba Taragüi que trajo de Buenos Aires. Vive con su hermana Jasna y sus dos sobrinos. El mayor tiene dos años y me contesta que no a todo lo que le digo. Dice Vesna que le caigo bien.

La casa queda a dos kilómetros del centro. En el primer paseo, me tuve que comprar un par de botas que me permitiera transitar el nevado camino desde la ruta hasta la puerta de entrada. Duermo muy bien, me despierto más tarde de lo habitual y recuerdo lo que sueño. Vesna, Jasna y los niños son una muy buena compañía. El lugar flota en una bruma blanca y el tiempo parece haberse tomado un recreo.