De Gizycko volvimos en tren. Y en tren fuimos a Łapy, donde viven la madre y la abuela de Voitek. El viaje fue más corto, pero era 24 y el compartimiento iba completo: ocho personas y un perro. Los pasillos del tren también estaban llenos, así que nos fuimos al vagón comedor a tomar un herbata ─té en polaco─ y, unos kilómetros más adelante, unas cervezas.
Łapy, el pueblo natal de Voitek, queda cerca de la frontera con Bielorrusia. Algunas casas de madera, el monumento a los deportados a Siberia y el Parque Nacional Narwianski son las atracciones turísticas de una pequeña ciudad que en un principio parece no tenerlas. Sin embargo, estábamos allí para celebrar la Navidad y la familia materna de Voitek ─al igual que la paterna en Gisycko─ convirtió ese lugar perdido en una fiesta inolvidable.
Voitek me había hablado mucho de su abuela en Armenia. Me la imaginaba estricta y autoritaria pero también divertida. Seguramente haya sido y aún sea así con él. Lusha es además una señora adorable, expresiva y efusiva. Aunque nuestra comunicación estaba limitada por el idioma, siempre se hizo entender, generalmente para animarme a comer o beber un poco más, si eso era aún posible.
La Vigilia católica indica que no se debe comer antes de la salida de la primera estrella y que no se debe comer carne ─excepto pescado─. La tradición establece además que debe haber al menos doce platos diferentes en la mesa, contando entradas, platos principales, acompañamientos y sopas. La cena en lo de Lusha cumplía a rajatabla con el mandato: había variedad de pescados preparados de muy distintas formas, todos deliciosos.
De pie alrededor de la mesa navideña estabamos Voitek, Piotr y yo, Isa y Pavel, Lusha; Barbara ─hermana de Lusha─ y su esposo Marek; y Alicia, la madre de Voitek. Cada uno tomó un trozo de opłatek ─oblea─ y, desplazándonos en círculo, lo compartimos con los demás, intercambiando besos y bendiciones. Que nuestros deseos colgados en el árbol de Navidad se cumplan, me dijo Piotr. El día que llegué a Polonia lo habíamos armado con chirimbolos fabricados por nosotros con cartulina blanca: renos, pinos, flores, símbolos de todas las religiones y nuestros deseos para el 2014.
Svieti Mikołai también estuvo en Łapy. En Gizycko me había dejado unos guantes de lana forrados en franela. En Łapy, una bufanda, jabones naturales, chocolates, un juego de collar y pulsera ─que fácilmente le agregan medio kilo a mi mochila─ y las palabras de Lusha cuando nos despedimos: Come again next year.
Łapy, el pueblo natal de Voitek, queda cerca de la frontera con Bielorrusia. Algunas casas de madera, el monumento a los deportados a Siberia y el Parque Nacional Narwianski son las atracciones turísticas de una pequeña ciudad que en un principio parece no tenerlas. Sin embargo, estábamos allí para celebrar la Navidad y la familia materna de Voitek ─al igual que la paterna en Gisycko─ convirtió ese lugar perdido en una fiesta inolvidable.
Voitek me había hablado mucho de su abuela en Armenia. Me la imaginaba estricta y autoritaria pero también divertida. Seguramente haya sido y aún sea así con él. Lusha es además una señora adorable, expresiva y efusiva. Aunque nuestra comunicación estaba limitada por el idioma, siempre se hizo entender, generalmente para animarme a comer o beber un poco más, si eso era aún posible.
La Vigilia católica indica que no se debe comer antes de la salida de la primera estrella y que no se debe comer carne ─excepto pescado─. La tradición establece además que debe haber al menos doce platos diferentes en la mesa, contando entradas, platos principales, acompañamientos y sopas. La cena en lo de Lusha cumplía a rajatabla con el mandato: había variedad de pescados preparados de muy distintas formas, todos deliciosos.
De pie alrededor de la mesa navideña estabamos Voitek, Piotr y yo, Isa y Pavel, Lusha; Barbara ─hermana de Lusha─ y su esposo Marek; y Alicia, la madre de Voitek. Cada uno tomó un trozo de opłatek ─oblea─ y, desplazándonos en círculo, lo compartimos con los demás, intercambiando besos y bendiciones. Que nuestros deseos colgados en el árbol de Navidad se cumplan, me dijo Piotr. El día que llegué a Polonia lo habíamos armado con chirimbolos fabricados por nosotros con cartulina blanca: renos, pinos, flores, símbolos de todas las religiones y nuestros deseos para el 2014.
Svieti Mikołai también estuvo en Łapy. En Gizycko me había dejado unos guantes de lana forrados en franela. En Łapy, una bufanda, jabones naturales, chocolates, un juego de collar y pulsera ─que fácilmente le agregan medio kilo a mi mochila─ y las palabras de Lusha cuando nos despedimos: Come again next year.
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