Cuando Voitek me invitó a celebrar la Navidad con él en Polonia, estaba tan confundida que inmediatamente me compré el pasaje para no darme la chance de cambiar una vez más de planes.
El 15 por la noche me tomé el tren a Budapest. Finalmente pude conciliar el sueño y a las seis de la mañana un hombre me despertó en la estación. Enorme, brumosa, con poco movimiento a esa hora. Cambié cinco euros y me dirigí a la parada del metro. Siguiendo las instrucciones de Vesna, tomé la línea 2 hasta el cruce con la 3. Seguí viaje en la M3 hasta la estación final y allí busqué la parada del bus que me llevaría al aeropuerto. Mi vuelo a Polonia salía a las once de la mañana.
En Varsovia, Voitek me estaba esperando. Y en su casa, me aguardaba un dormitorio improvisado en la cocina, con una cama armada sobre casilleros de bebidas, junto al calefactor. De Voitek ya lo dije todo cuando escribí sobre los compañeros de viaje. Piotr, su novio, es un tipo cálido, sensible y muy divertido. Tiene una mirada franca, su mente viaja a la velocidad del rayo y cuando está cansado es el peor niño de la clase. Estuvo viviendo seis meses en España, por lo que sabe algunas palabras en español e incorpora las nuevas con rapidez.
Cuando llegué, Varsovia estaba ya vestida para Navidad en sus principales plazas y avenidas. Ni un copo de nieve a la vista. El clima benigno y la bufanda de piel y lana que Voitek y Piotr me regalaron para mi cumpleaños me permitieron recorrerla a piacere durante toda la semana. Palacios, museos, los rastros del Guetto... pero eso lo contaré después.
Finalmente recibí las instrucciones sobre las cenas de Navidad. El 21 nos iríamos a Gizycko, en los lagos del norte, a la casa del padre de Voitek. El 22 volveríamos a Varsovia e iríamos a una cena de Navidad con sus amigos, en la Ciudad Vieja. El 24 viajaríamos a Łapy, cerca de la frontera con Bielorrusia, a la casa de su abuela materna. Y el 25 por la noche regresaríamos a Varsovia a recuperarnos de todos los excesos de comida, bebida y villancicos que suelen acompañar las celebraciones de Navidad en la muy católica Polonia.
El 15 por la noche me tomé el tren a Budapest. Finalmente pude conciliar el sueño y a las seis de la mañana un hombre me despertó en la estación. Enorme, brumosa, con poco movimiento a esa hora. Cambié cinco euros y me dirigí a la parada del metro. Siguiendo las instrucciones de Vesna, tomé la línea 2 hasta el cruce con la 3. Seguí viaje en la M3 hasta la estación final y allí busqué la parada del bus que me llevaría al aeropuerto. Mi vuelo a Polonia salía a las once de la mañana.
En Varsovia, Voitek me estaba esperando. Y en su casa, me aguardaba un dormitorio improvisado en la cocina, con una cama armada sobre casilleros de bebidas, junto al calefactor. De Voitek ya lo dije todo cuando escribí sobre los compañeros de viaje. Piotr, su novio, es un tipo cálido, sensible y muy divertido. Tiene una mirada franca, su mente viaja a la velocidad del rayo y cuando está cansado es el peor niño de la clase. Estuvo viviendo seis meses en España, por lo que sabe algunas palabras en español e incorpora las nuevas con rapidez.
Cuando llegué, Varsovia estaba ya vestida para Navidad en sus principales plazas y avenidas. Ni un copo de nieve a la vista. El clima benigno y la bufanda de piel y lana que Voitek y Piotr me regalaron para mi cumpleaños me permitieron recorrerla a piacere durante toda la semana. Palacios, museos, los rastros del Guetto... pero eso lo contaré después.
Finalmente recibí las instrucciones sobre las cenas de Navidad. El 21 nos iríamos a Gizycko, en los lagos del norte, a la casa del padre de Voitek. El 22 volveríamos a Varsovia e iríamos a una cena de Navidad con sus amigos, en la Ciudad Vieja. El 24 viajaríamos a Łapy, cerca de la frontera con Bielorrusia, a la casa de su abuela materna. Y el 25 por la noche regresaríamos a Varsovia a recuperarnos de todos los excesos de comida, bebida y villancicos que suelen acompañar las celebraciones de Navidad en la muy católica Polonia.
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