jueves, 25 de julio de 2013

Cherven

La noche que supe que Olivia - mi perra de siete años - estaba enferma, vi salir la luna llena desde el jardín de Carol, en la parte alta de Cherven y me uní al ensordecedor llanto colectivo de los chacales que pueblan el norte de Bulgaria.

Necesito descargar energía - le dije al día siguiente. Desde entonces, he cosechado papas y chauchas, preparado tierra y recolectado ciruelas para el rakia. Carol recibe voluntarios cada tanto, por lo que fue natural para las dos comenzar a participar de las tareas diarias de la casa. Es de Escocia. Hace siete años compró una propiedad semi derruída en las afueras de Cherven y ha dedicado los últimos cinco a convertirla en una hermosa casa con jardín, huerto y frutales. Yo andaba buscando una granja donde quedarme, tenía interés en explorar la parte rural de Bulgaria. La contacté a través de Couchsurfing y aceptó ser mi anfitriona durante unos días.

Cherven es un pueblo de 200 habitantes. La mayoría son veteranos jubilados o personas de mediana edad con empleos precarios. La economía de Cherven gira en torno a la producción para el autoconsumo familiar, algún empleo público en la municipalidad, unos pocos oficios y la posibilidad de viajar a Ruse, en la frontera con Rumania, para obtener allá un ingreso extra.

El único almacén y bar del pueblo abre de martes a sábados. La oficina donde se pagan los servicios funciona de lunes a viernes pero solo realiza la cobranza tres días a la semana. A menudo no hay electricidad por trabajos de reparación. La mayoría de las casas tienen agua corriente, pero el saneamiento no existe. El trazado de las calles está sin completar.

Aquí llegaron a vivir unas 3000 personas. Luego de la caída del régimen socialista, la gente quedó sin trabajo y emigró a las ciudades. Cherven se convirtió en un pueblo de casas abandonadas y para la venta. A pesar de lo triste que esto suena, el lugar es hermoso. Está incrusatado en una especie de hueco en la meseta, rodeado de paredes de piedras y vigilado por las ruinas de una fortaleza medieval en lo alto del cerro. Todas las casas tienen jardín y huerto y las frutas cuelgan de los árboles hasta doblarlos.

Cada día hacemos alguna recorrida por el pueblo. Así conocí a Stefan y su rebaño de cabras con campanas al cuello, que a menudo siento desde lejos. Y a Nicolay, el dueño de la destilería - una pequeña habitación con un kazán - donde Carol lleva la mezcla de fruta, agua, azúcar y miel para preparar el rakia. A propósito, en cada casa a donde vamos nos reciben con un vaso de rakia casero, no importa la hora. Es difícil negarse. Por lo general, las conversaciones giran en torno a las diferentes cosechas de la estación. En ocasiones, me sorprendo a mí misma entendiendo parte de la charla: el búlgaro ya no es aquel conjunto de sonidos impenetrables y muy de a poco comienza a tomar forma, a resonar dentro de mí como una canción conocida, de la que recuerdo la música pero no la letra.

martes, 16 de julio de 2013

Veliko Tarnovo

Llueve copiosamente en Veliko Tarnovo, debe ser una bendición de los dioses tracios.

Llegué físicamente el viernes 12 y el resto de mí se hizo presente el sábado 13, después de haber dormido unas doce horas. La despedida de Plovdiv dejó secuelas y lo que con más claridad recuerdo del viaje es la parte en que el bus tomó una ruta paralera a la Stara Planina - el nombre que le dan los búlgaros a los Montes Balcanes y que significa "montaña antigua"- en dirección al este, a la ciudad de Burgas, es decir, al Mar Negro. A mi izquierda, las montañas parecían no tener fin y, en mi cabeza, mis pensamientos tampoco: "maldita resaca, me equivoqué de bus..."

Bien, no sucedió. Estoy en Veliko Tarnovo. Los hombres de la Dinastía Asen gobernaron estas tierras entre los siglos XII y XIII, en los inicios del llamado Segundo Imprerio Búlgaro. En el cerro Tsarevets se encuentra ubicada la principal fortaleza de lo que fuera la capital del Segundo Imperio. Aún no fui a visitarla pero pude verla desde lejos. Es un conjunto arquitectónico de piedra que impresiona en su tamaño y extensión. En el presente, Veliko Tarnovo es una bonita ciudad... aunque debo confesar que me gusta más Plovdiv. Aquí el río da muchas vueltas y eso hace que el trazado de la ciudad sea un tanto caótico. Cada vez que salgo, me pierdo.

Hay algunas cosas que aún no he contado acerca de Bulgaria y de los búlgaros. Por ejemplo, su costumbre de afirmar moviendo la cabeza de derecha a izquierda y de negar moviéndola de arriba hacia abajo. Eso genera gran confusión entre quienes intentamos comunicarnos por señas por no conocer el idioma. He sabido de búlgaros que utilizan el sistema tradicional, es decir, el que usamos casi todas las personas no-búlgaras. Eso puede llegar a generar aún más confusión, porque cuando uno finalmente se adapta al sistema búlgaro, puede encontrarse con alguien que usa el otro sistema! En fin, en Bulgaria es fundamental responder con palabras SI o NO, YES or NO, DA ili NE, en el idioma que sea pero a texto expreso y en voz alta.

Otro detalle importante es que aquí el yogurt es delicioso. Sí, muy delicioso, el mejor yogurt que he probado en mi vida. No tiene nada que ver con ese mamarracho de yogurt que solemos comer y que a mi no me gusta demasiado. Además, lo mezclan con un poco de queso (blanco) y le agregan avena arrollada (o algo similar) y mermelada. Si esa mermelada es de rosas y además es casera, es el paraíso: la mermelada o jalea de rosas es un verdadero manjar.

Tuve oportunidad de conocer, gracias a Nedyalko - el dueño del hostel, junto con su esposa Stanislava -, algunos pueblos cercanos a Veliko Tarnovo. Me recordaron mucho a otros pueblos perdidos entre las montañas que visité el año anterior en Perú: mismo tipo de construcción, tanto los materiales como las formas, con lugares donde aprovisionarse del agua de manantial que la naturaleza brinda generosamente. Nedyalco carga varios bidones todas las semanas en uno de esos manantiales, en una zona que se caracteriza por la longevidad de sus habitantes.

Mucha gente está buscando una forma de vida alternativa. Es reconfortante ver cómo eso sucede en todo el mundo. En esta casa se consumen productos orgánicos comprados a pequeños productores, se utilizan artículos de limpieza ecológicos y no se desperdicia nada ni se consume en forma desmedida. Stanislava ha sembrado la casa con detalles personales, desde pinturas en las paredes o pequeños adornos prendidos a las cortinas hasta carteles escritos a mano con letras bien delineadas y figuras de colores. Hay muchos libros y no solo en búlgaro. Creo que el balcón que mira al río es el mejor lugar de Veliko Tarnovo. Sentarse, tomar un te de rosas o un café con canela y contemplar el bosque y el agua: no hay más que hacer.

En la recorrida por los pueblos de la zona, pude visitar una granja que pertenece a unos amigos de Nedyalco. Hace menos de tres años que están allí. Por lo que pude ver, están construyendo con barro y madera. Tienen huerto, frutales y rosas, gallinas, un niño inquieto, una perra que aún es cachorra y un gato al que no le interesa moverse de abajo del árbol. Y mucho, mucho trabajo por hacer.

Otras personas buscando una vida distinta son los dueños del restaurante de la esquina. Es una de las casas más antiguas de la zona, reabierta por un matrimonio - búlgaro él y ucraniana ella - que vivió muchos años en España, con una cocinera rusa. El resultado de toda esa combinación es una colección interminable de platos caseros de la mejor comida que he probado en los balcanes... o al menos tan buena como la que preparaba Drágana en Plovdiv! Borsch (sopa rusa); bob (sopa de porotos, más que sopa es un guiso); ensalada de hongos, jamón, queso blanco y amarillo, aceitunas, tomate, morrón y pepinos; menudos de pollo con cebolla; blinis (panqueques) rellenos de leche condensada; y esto recién empieza porque todavía me voy a quedar unos días. Un plus del lugar es la música, ecléctica pero siempre interesante.

Justo es decirlo que también comí un exquisito guiso de lentejas preparado por Nedyalco. Muy a nuestro estilo, suave, con algunos vegetales. La única diferencia es que prefieren comerlo frío, lo cual es entendible con este calor. Lo otro que merece un destaque es el pan casero de Stanislava, a años luz del que yo hago (mejor dicho, mi pan está a años luz del de ella, muy superior). Ses (así es como le gusta que le digan) guarda el pan viejo para comer con la sopa... y yo le sugerí que preparara budín de pan. Busqué la receta en internet porque, aunque alguna vez preparé uno, obviamente no recuerdo cómo se hace. Todavía está pendiente, pero espero que sea mi aporte a la rica cultura culinaria de Bulgaria.

sábado, 13 de julio de 2013

Cómo decirte, cómo contarte

Llegué a Plovdiv guiada por el viento y me fui nueve días después empujada por un huracán. Fue una hermosa experiencia - y no hablo de los museos que visité, donde me contaron la historia de la Bulgaria moderna, ni de la maravillosa arquitectura de la ciudad vieja -. Más bien, fue como poner el reloj en hora. Adquirí conciencia del tiempo adecuado, como el de la cocción del arroz para que quede a punto; y de la dirección precisa, como la que marcan el gallo y la flecha en la veleta. Sigo sin saber a donde iré la próxima vez, pero, a diferencia de un mes atrás, cuando dejé Montevideo, se, supongo, intuyo o confío en que llegaré a puerto. Y aún dibujo trazos en el mapa, pero lo hago solo porque me divierte desarmar mis propios planes.

De Plovdiv, puedo decirles que allí viven colonias de gaviotas que se alejaron de la costa por razones que no terminé de entender. Las oí no bien llegué a la ciudad. Pensé: "no puede ser...". Luego las ví por docenas. Pero no solo gaviotas habitan el cielo de Plovdiv. Y en la noche, cuando todas las aves se van en bandadas a sus lechos, algunas, solitarias, quedan por los tejados, gritando. Parecen lobos aullando a la luna.

También les contaré que desde dos de los seis cerros que hay en Plovdiv, pude ver la ciudad en toda su extensión y comprobar que es mucho más grande de lo que creí en un primer momento. Supe además que su población es bastante mayor a la que leí en wikipedia; y que hay otra ciudad más antigua en Bulgaria, aunque la historia oficial insiste en afirmar que es ésta. 

Por último, quiero confesarles que Plovdiv brilla bajo un sol potente, que atrae e ilumina a las almas en busca de luz y de paz. Sí, es el mismo sol bajo el que todos vivimos, es cierto. Mis palabras solo intentan darle poesía a este aspecto, ángulo, esta cara, expresión del sol, el de Plovdiv, que brilló en estos días con su máximo poder.

Благодаря

 

martes, 9 de julio de 2013

La vida en Plovdiv

Cerca de Plovdiv hay varios sitios interesantes para visitar, como la ciudad de Karlovo, donde nació el revolucionario búlgaro Vasil Levski, y el Monasterio de Bachkovo, segundo en importancia después del Rila.

Pero mucho más interesante es la gente que he tenido oportunidad de conocer en esta ciudad.

Por ejemplo Laura, alemana, quien vino a Bulgaria a poner un hostel. Es amable, abierta, curiosa. Muy interesada en Uruguay y Latinoamérica. Me ha pedido que le muestre algo de música de nuestro país. Toma mate conmigo y trata de practicar el español que aprendió en Cataluña, donde solía pasar las vacaciones cuando era niña.

Yotko, de Macedonia. Es el otro dueño del hostel. Inquieto, todo el tiempo haciendo algo o yendo a alguna parte. Está en los detalles. Busca información, aconseja y previene. Me miró espantado cuando vio que tenía un papel con las palabras "casa de empeño" anotadas en búlgaro. Tuve que explicarle que había perdido el celular y que necesitaba conseguir uno barato. (Acá en Bulgaria las casas de empeño abundan y en ellas se puede conseguir de todo un poco).

En el hostel trabajan Valentina, de Serbia y Drágana, de Macedonia. Valentina es agradable, pero no he tenido oportunidad de hablar con ella. En cambio Drágana es todo un personaje. Extrovertida, cómica, poco convencional y excelente cocinera. Drágana creció mirando telenovelas de Natalia Oreiro y la ama. Tiene una gran habilidad para los idiomas, entiende perfectamente el español y se sabe todas las canciones de la Oreiro.

Mitko no trabaja en el hostel pero está realizando varias reparaciones en el nuevo apartamento de The Crib - que es donde me hospedo ahora -, por lo que lo veo por aquí bastante seguido. Es búlgaro pero pasó su infancia en Marruecos y estuvo en España varias veces. Sabe dos palabras en español: cerveza y mañana, o sea, tomar cerveza hasta la mañana.

El sábado por la noche salí con ellos y probé rakia, la bebida típica de los balcanes. Na zdrave!

Nadie espera en Koprivshtitsa

El tiempo en Plovdiv transcurre con la misma lentitud que la que ya retratara García Márquez en La siesta del martes. Para qué intentar describir la pesadez, el calor y el vacío en las calles durante las horas muertas, me pregunto. Mejor hablarles de Koprivshtitsa.

Quisiera poder decirles que es un pueblo encantador situado a unos pocos kilómetros de Plovdiv. Que tampoco queda demasiado lejos de Sofía - digamos que Koprivshtitsa se encuentra equidistante a ambas -. Que en ella viven cerca de tres mil personas y que la arquitectura conserva el autentico estilo búlgaro del siglo XIX. Que el río Topolnitsa la atraviesa y las montañas de Sredna Gora la envuelven y protegen.

Hace una semana que estoy en Plovdiv y no hay buses ni trenes que vayan a Koprivshtitsa. Cada día atravieso la ciudad y me asomo a la ventanilla de información, cerca de los andenes. La mujer que me atiende - rostro serio, adusto, un desprevenido diría que con expresión de enojo, pero ya conozco un poco a los búlgaros, no voy a depositar en ella mi necesidad de una sonrisa - me dice una vez más: Hoy no hay tren a Koprivshtitsa.

Y no quiero ponerme terca, insistente. Quizás nadie en ese pueblo quiera recibir visitas. Tienen agua y comida, imagino. Agua, con certeza. En este lugar parece haber tantas fuentes de agua mineral como campos de girasoles. ¿Jugarán al backgamon en la plaza? Quiero creer que sí. Aunque, ¿se supone que eso deba importarme? ¿Por qué querría yo saber a qué juegan y qué hacen y por qué no reclaman que los trenes lleguen a su pequeña estación junto al río Topolnitsa? Reconozco que he sido un poco obtusa algunas veces. He querido hablar con quien no escucha, he deseado estar donde nadie espera. Todos hemos querido estar en Koprivshtitsa alguna vez.

viernes, 5 de julio de 2013

Plovdiv

Estoy en el Hostel The Crib, ubicado en el penthouse de un edificio en el centro de Plovdiv, la segunda ciudad más poblada de Bulgaria, con unos 320.000 habitantes. En este momento, mientras escribo tirada en un puff, canta Cesaria Evora en el plasma que cuelga de la pared del living de la casa. Estoy intentando aprender a no hacer nada.

Una de las chicas prepara la cena. Ayer comimos un guiso de porotos colorados con panceta y hoy tendremos un pastel de zucchini y hongos. El lugar no parece para nada un hostel. Las personas que aquí trabajan duermen en los mismos cuartos que los huéspedes. Provienen de diferentes países balcánicos y hablan entre sí -según me contaron - una mezcla del idioma de cada uno. El dueño conoce muy bien Bulgaria. Tiene la computadora conectada al plasma y nos muestra en el mapa los diferentes lugares a visitar, según nuestros intereses, y cómo llegar en cada caso.

Plovdiv es una de las ciudades más antiguas de Europa, contemporánea de Troya y Micenas. Lo que más me ha llamado la atención aquí es que es posible recorrer, tocar e incluso sentarse en espacios públicos que datan del siglo I y II, como el estadio romano y el antiguo teatro. Al igual que en Sofia, estos lugares conviven con iglesias ortodoxas y mezquitas de diferentes épocas.

En Plovdid he tenido ocasión de hablar con búlgaros sobre la historia de su país y he observado que los casi cinco siglos de dominación otomana pesan sobre sus espaldas como si formaran parte de su historia reciente.

Si bien Plovdiv es un libro de historia abierto, me dediqué a deambular por sus calles de forma errática - en realidad, intenté seguir un recorrido, pero la falta de carteles en las calles me llevó a improvisar -. Así fue como descubrí la fuente, dentro de los Jardines del Zar Simón, donde los veteranos del pueblo juegan a las cartas, al backgamon y al ajedrez; algunos interesantes murales que me dijeron datan de la época socialista; el Río Maritza y el puente cubierto, con sus dos largas hileras de tiendas; un parque donde los árboles reflejan todos los tonos del verde; y finalmente la iglesia de Santa Marina, en búlgaro Света Марина, a pocas cuadras de The Crib.

jueves, 4 de julio de 2013

Sofia

Los amantes de la ortografía y la gramática - como mi querida hermana Analía - notarán que omití el tilde en la i del título. Es que Sofía, para los búlgaros, es un nombre de mujer, en tanto Sofia es el nombre de su ciudad capital.

Estuve cuatro días recorriendo Sofia, pasé por tres hostels y conocí mucha gente de paso hacia otros sitios. Nadie dedica más de dos días a esta ciudad, donde se supone que todo lo que hay para ver se puede visitar en 48 horas.

Me mudé dos veces de sitio porque dos días me llevó entender algunas cosas. El turismo no está para nada desarrollado y el turista no es una persona especialmente valorada, como en otras ciudades. Eso para mí no representa un inconveniente, me gusta pasar desapercibida. Pero, a veces no es posible entrar a un hostel si uno llega en la noche y no tiene una reserva, simplemente porque no hay nadie para abrir la puerta. A las 19 hs. los conserjes se van a su casa y el hostel queda en manos de los huéspedes, cada uno con su llave.

La primera noche terminé durmiendo donde pude. La segunda mejoré un tanto y la tercera encontré mi lugar. Canapé Connection es propiedad de viajeros experimentados que, si bien también se van a su casa a las 19 horas, te ayudan a ubicarte en las ciudad y a planear tu siguiente viaje.

Sofia es una ciudad encantadora. Menos extendida que Montevideo aunque con una población similar (1.300.000 aprox), tiene calles amplias y arboladas, grandes parques y pequeños espacios verdes diseminados entre los edificios, la mayoría antiguos y de escasa altura, aunque también hay modernas torres de apartamentos y oficinas en barrios próximos al centro. Quizás debido a que es verano y mucha gente puede haber huído a la costa, por momentos parece estar vacía. Hay pocos autos circulando. Es cierto que algunas avenidas son realmente anchas para el tamaño de la ciudad, pero los vehículos se pierden entre tanto espacio. Entre semana y en horas de la tarde, cuando 18 de Julio está atestada de gente, por la peatonal Vítosha se puede pasear a metros de distancia del resto de los transeúntes.

En Sofia hay buses, tranvías y dos líneas de metro. Uno de los empleados del hostel me dijo que desde que se construyó la segunda línea del metro, mucha gente deja el auto en la casa y que eso contribuye a que haya mayor fluidez en el tránsito. Será que Montevideo necesita un metro con urgencia?

Justamente, fue cuando construyeron la segunda línea del subte que comenzaron a desenterrar los restos de la antigua ciudad de Sérdica, que data de la época romana en el siglo I. En muchos sitios de la ciudad, sobre todos en iglesias, también pueden verse bajo un blindex protector, restos de construcciones y frescos con imágenes religiosas que datan de muchos siglos atrás.

En mi primer paseo por la ciudad visité infinidad de iglesias. En pleno centro de Sofia hay un espacio al que les gusta llamar la plaza de la tolerancia. No es una plaza, de hecho, pero sí un lugar donde confluyen varias calles y desde donde se pueden ver iglesias ortodoxas y católicas, una mezquita y una sinagoga. No obstante la diversidad de templos, el 80% de la población es cristiana ortodoxa.

Hablando de paseos, en Sofia hay grupos de voluntarios que realizan tours guiados en inglés en forma gratuita. El primero fue una recorrida por los principales lugares de interés histórico y religioso, todos ubicados en el centro de la ciudad y a pocos metros unos de otros. Las iglesias conviven con los restos arqueológicos y los máximos exponentes de la arquitectura de la era socialista: el complejo llamado Largo, que incluye la antigua Casa del Partido Comunista, la Casa de Gobierno (que mantiene esa función) y el edificio donde funcionaban las grandes tiendas, actualmente sede del Consejo de Ministros.

Mi segundo paseo fue al Monte Vítosha, lugar de descanso y recreo preferido por todos, tanto en verano como en invierno. Puede accederse al él desde el barrio de Boyana, a pocos minutos del centro. Su altura máxima es de unos 2200 metros. Nosotros subimos hasta la cascada, a unos 1200 metros de altura. El bosque es frondoso y la mayor parte del camino de ascenso es entre piedras. Como había llovido dos días atrás, el suelo estaba húmedo y había que cruzar pequeños cursos de agua cada tanto. El lugar es silencioso, es decir, no llegan a él los ruidos de la ciudad. Hay muchas aves y también ardillas. En otra parte del Vítosha, lejos de los visitantes, aún viven algunos osos.

En Sofia hay muchas fuentes de agua en las calles, de donde la gente bebe y llena su botella. Si el día es caluroso, el agua sale caliente, pero eso a nadie le importa y así la toman. El agua puede también beberse de la canilla en todos los hogares. Noto la buena calidad del agua en el pelo, por ejemplo: es como lavarse la cabeza con agua de lluvia.

Las mujeres en Sofia son elegantes y sencillas a la vez. Se visten con gusto, usan vestidos, polleras, tacos, accesorios, sin ser exageradas como las brasileras o demasiado producidas como las argentinas. No son de una belleza despampanante pero sí son interesantes y atractivas. Por el contrario, los hombres son extemadamente clásicos, se visten igual unos de otros, usan todos el pelo muy corto, no usan barba ni bigote y están siempre serios. Confirmé mis impresiones con Josee, una canadiense que conocí a través de Couchsurfing que me acompañó a recorrer algunos sitios de la ciudad. Josee me contó que las búlgaras son muy apreciadas por los hombres de otros países europeos, quienes vienen a Bulgaria a buscar mujer. Por su parte, las chicas están más interesadas en los turcos que viven en la ciudad que en sus coterráneos. Después de haber estado en Estambul, entiendo y comparto las preferencias de las búlgaras.

Varias personas me han dicho que Bulgaria es un país pobre. Si bien los parámetros de pobreza en Europa muchas veces no son los mismos que los nuestros, es cierto que hay gente durmiendo en la calle y pidiendo limosna, sobre todo gente mayor. No vi niños es esa situación. La situación política es confusa. Hay protestas contra el gobierno, acusado de corrupción. Sin embargo, el actual presidente fue electo hace pocos meses, en elecciones anticipadas. Josee me cuenta que no hay renovación de líderes y que la gente mayor siente nostálgia del antiguo régimen, cuando no tenían que preocuparse por cubrir sus necesidades básicas. Por el contrario, la gente jóven que escuché hablar al respecto manifiesta un gran rechazo por la era comunista y sus líderes.

Podría escribir mucho más sobre Bulgaria. De hecho lo haré, porque me gusta mucho este país. Me siento a gusto. La gente es amable, aunque parca y seria. No es sencillo comunicarse, no todos hablan inglés y frente a la barrera idiomática a veces se bloquean y no atinan a hacer nada. Me esfuerzo por aprender algunas palabras y no quiero irme de Bulgaria sin haberlo conseguido.