domingo, 29 de diciembre de 2013

Ticket to ride

A Voitek y Piotr les gustan los juegos de mesa. Tienen uno que se llama Ticket to ride y que consiste en trazar rutas ferroviarias sobre el mapa de Europa. Como nunca se por dónde seguir viaje, acepté el desafío para buscar inspiración. Finalmente, cumplí con mi meta ─completé mi ruta, que resultó ser a Cádiz─ y además les gané por un montón de puntos.

Cada día salgo a recorrer Varsovia con el mapa en el bolsillo. El sistema de transporte es un lujo. Me compro un ticket que es válido por tres días y con el que puedo viajar en metro, ómnibus y tranvía. Hay una sola línea de metro, que corre paralela al Río Vístula y a lo largo de la Avenida Marszałkowska. La casa de Voitek está a dos cuadras de la estación Racławicka y llegar al centro me toma menos de diez minutos. He recorrido las principales avenidas de la ciudad: Solidarnosci (Solidaridad) ─que lleva el nombre de la organización sindical liderada por Lech Wałęsa en la década del 80─, Jerozolimskie (Jerusalem), Jana Pawla II y Andresa. Anchas y ordenadas, transitadas por autos, buses y tranvías y señalizadas hasta el empacho. He caminado por la elegante peatonal Chmielna y por la también glamorosa calle Nowy Swiat ─y su continuación Krakowskie Przedmiescie─ que atraviesa el centro de la ciudad y desemboca en Stare Miasto o Ciudad Vieja.

También he cruzado los puentes que conducen a Praga, el barrio más allá del Vístula, donde deambulé entre antiguas fábricas, barracones y edificios con fachadas que han perdido sus balcones y molduras. Dicen que en la época de la segunda partición de Polonia, cuando los imperios circundantes la borraron del mapa europeo, había un tren diario que unía Varsovia con San Petersburgo. El tren llegaba hasta Praga y frente a la estación se levantaba ─y allí se encuentra aún─ una imponente catedral ortodoxa, para que los rusos se sintieran como en casa.

En mis largos paseos, visité los dos principales cementerios de la ciudad, ambos sobre la avenida Okopowa y uno a continuación del otro: el Powazki, con su galería de tumbas de ciudadanos ilustres, y el Judío, con sus piedritas sobre el memorial dedicado a los niños. Varsovia es una ciudad homenaje: a los caídos durante el Uprising, a los deportados al Este, a los conducidos a los campos de exterminio.

A pesar de su historia, los polacos tienen un gran espíritu festivo. Así como de memoriales y monumentos, la ciudad está plagada de bares, restaurantes y clubes. He comido en restaurantes de comida tradicional polaca, asiática, africana y vegana. Y he tomado cerveza polaca, checa y ucraniana en bares que conservan el espíritu de la época socialista ─también he probado la versión vegetariana del pan relleno de salchicha típico de esa época─ y en discotecas con pista de baile al mejor estilo de John Travolta.

Varsovia tiene además una gigantesca y muy bien señalizada Estación Central. Desde allí salen trenes para los cuatro puntos cardinales. Seguramente no a Cádiz ─aunque la dirección suroeste me entusiasma, ya que este invierno primaveral no va a durar mucho tiempo─ pero sí a Cracovia, que tiene fama de ser una de las ciudades más bonitas de Europa.

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