Hoy, mientras hacía el check-in on line, recordé que en enero vencía la tasa anual del pasaporte italiano. Antes de entrar en pánico e imaginarme el peor escenario (impedida de viajar, perder el vuelo de mañana y la conexión de la semana que viene, con la dificultad adicional de no tener ninguna embajada o consulado italiano cerca) busqué en internet algo de información sobre el dichoso estampillado. Afortunadamente, encontré un foro de argentinos en Australia donde varios afirmaban que el pago de ese impuesto se controlaba únicamente al entrar o salir de Italia.
Todo está en la web. En Wikipedia descubrí que Gdansk, una de las ciudades más lindas de Polonia, es Danzig por su nombre en alemán, el que había aprendido en el Liceo. Danzig es la ciudad donde los alemanes abrieron fuego contra el destacamento polaco de Westerplatte el 1º de setiembre de 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los antiguos edificios de Gdansk fueron reconstruidos, ya que la ciudad fue arrasada durante la guerra, al igual que Varsovia. Afortunadamente, aún se conserva en perfectas condiciones la grúa medieval de madera con la que se descargaban los buques en el siglo XIV.
En esta región de Polonia viven desde el Siglo XIII los Kaszubi o Kashubians, eslavos de la Pomerania Occidental que no fueron asimilados por la cultura germana, por lo que mantuvieron sus tradiciones, costumbres y lengua. Víctimas de la crueldad nazi, en un bosque cercano a Czymanowo ─el pequeño poblado donde he pasado los últimos días─ hay un memorial y un cementerio con tumbas anónimas que recuerdan la masacre de quince mil de ellos durante la ocupación alemana.
Junto a Kristofer, Ela y sus hijas Dorota y Hania, he visitado las ciudades de Gdynia, Sopot y Gdansk, también llamadas Trójmiasto o Tres Ciudades. También estuvimos en Wejherowo y en la Central Eléctrica de Zarnowiec, junto a Czymanowo, donde Kristofer trabaja. Ha nevado abundante y de a ratos el viento ha soplado con fuerza, levantando polvareda pero no de tierra sino de nieve. En este preciso instante está nevando otra vez. Ela mira para afuera con resignación, detesta el invierno. En cambio César, el perro de la familia, pide para salir a cada rato, se sienta en el frente de la casa, sobre la nieve, y espera con ansiedad sus múltiples paseos diarios. Risza, la gata, que es quien en realidad manda entre los dos, lo mira con cierto aire de condescendencia.
Mañana dejo Polonia. Un mes y medio entre polacos, comienzo a descifrar este difícil lenguaje que es un yeyeo constante. Son cálidos, expresivos, hospitalarios, comen ñoquis y caramelos de dulce de leche y toman mucho alcohol. Ela me enseñó a preparar panqueques de papa, que resultaron ser húngaros. Me llevo algunas otras recetas, también el golpe frío de la nieve en la cara y muchas ganas de volver algún verano.
Todo está en la web. En Wikipedia descubrí que Gdansk, una de las ciudades más lindas de Polonia, es Danzig por su nombre en alemán, el que había aprendido en el Liceo. Danzig es la ciudad donde los alemanes abrieron fuego contra el destacamento polaco de Westerplatte el 1º de setiembre de 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los antiguos edificios de Gdansk fueron reconstruidos, ya que la ciudad fue arrasada durante la guerra, al igual que Varsovia. Afortunadamente, aún se conserva en perfectas condiciones la grúa medieval de madera con la que se descargaban los buques en el siglo XIV.
En esta región de Polonia viven desde el Siglo XIII los Kaszubi o Kashubians, eslavos de la Pomerania Occidental que no fueron asimilados por la cultura germana, por lo que mantuvieron sus tradiciones, costumbres y lengua. Víctimas de la crueldad nazi, en un bosque cercano a Czymanowo ─el pequeño poblado donde he pasado los últimos días─ hay un memorial y un cementerio con tumbas anónimas que recuerdan la masacre de quince mil de ellos durante la ocupación alemana.
Junto a Kristofer, Ela y sus hijas Dorota y Hania, he visitado las ciudades de Gdynia, Sopot y Gdansk, también llamadas Trójmiasto o Tres Ciudades. También estuvimos en Wejherowo y en la Central Eléctrica de Zarnowiec, junto a Czymanowo, donde Kristofer trabaja. Ha nevado abundante y de a ratos el viento ha soplado con fuerza, levantando polvareda pero no de tierra sino de nieve. En este preciso instante está nevando otra vez. Ela mira para afuera con resignación, detesta el invierno. En cambio César, el perro de la familia, pide para salir a cada rato, se sienta en el frente de la casa, sobre la nieve, y espera con ansiedad sus múltiples paseos diarios. Risza, la gata, que es quien en realidad manda entre los dos, lo mira con cierto aire de condescendencia.
Mañana dejo Polonia. Un mes y medio entre polacos, comienzo a descifrar este difícil lenguaje que es un yeyeo constante. Son cálidos, expresivos, hospitalarios, comen ñoquis y caramelos de dulce de leche y toman mucho alcohol. Ela me enseñó a preparar panqueques de papa, que resultaron ser húngaros. Me llevo algunas otras recetas, también el golpe frío de la nieve en la cara y muchas ganas de volver algún verano.