martes, 21 de enero de 2014

Pękanino

Salió el sol en Pękanino, un sol muy tímido que se refleja en la nieve y le arranca algunos brillos. No más de doscientas personas viven en este pequeño poblado al borde de la ruta 28, a unos veinte kilómetros de Koszalin. No hay iglesia en torno a la plaza principal, tampoco hay plaza principal. Perros vigilantes ladran desde los jardines, menos en la casa de Gosia. Daysi y Boczek ─Panceta─ prefieren treparse a los sillones y pelearse por mis atenciones.

A falta de edificios importantes, Pękanino tiene un bosque. Comienza a pocos metros de la casa y se extiende sobre varias hectáreas. Es un bosque de troncos esbeltos y semi desnudos, tapizado de ramas ahora cubiertas por la nieve, que se hunde bajo nuestros pasos. En el centro del bosque se abre un claro. El lugar se llama Bagna y es un terreno anegado, una especie de pantano de aguas congeladas. A lo lejos, entre los árboles, veo dos ciervos.

En la casa viven Elena ─la madre de Dorota, una amiga polaca que vive en Uruguay─, su hija Gosia y sus dos nietas, Ola y Ania. Nadie habla inglés, excepto Ania, que pasa la mayor parte del día en el Liceo. Gestos y un diccionario suplen la falta de diálogo. Así transcurren las horas entre nosotras. El resto de la familia ─Renata, Sofía, Mariola y una larga lista de sobrinos─ visita la casa a diario. Ellos toman herbata, yo mate con yerba Moncayo que Dorota dejó la última vez que anduvo por aquí.

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