Zakopane es un centro de vacaciones de invierno. Su nombre significa enterrado o sepultado y hace referencia a que el lugar queda cubierto por la nieve. No obstante, la mayoría de las pistas de ski de la ciudad están cerradas. La temperatura ronda los diez grados y no hay rastros de nieve, al menos no en el pueblo.
Voitek me la había presentado como la Disneylandia polaca. Y tiene un poco de lugar fabricado para ser feliz por un rato. Atracciones turísticas de todo tipo, carruajes, hombres disfrazados de muñecos, todo decorado con luces y adornos tradicionales.
Si bien es bastante caro, nos las ingeniamos para conseguir alojamiento por un muy buen precio y, con lo que ahorramos, nos damos la panzada en cuanto restaurante típico ─es decir, casi todos─ encontramos a nuestro paso. La comida de las highlands ─así se la presenta en los menús─ es cien por ciento a base de carne. La ambientación de los restaurantes también: animales embalsamados con las fauces abiertas me miran desde las paredes y el techo mientras yo trato de comer mi panqueque de papa (moskal) con manteca de ajo y salsa de hongos, uno de los pocos platos vegetarianos de la carta.
La noche del sábado vamos al Café Europeyska, un reducto muy original donde Ricardo presenta su show. Con clásicos polacos e italianos de los últimos cuarenta años, va cambiando su indumentaria en función del repertorio y se las ingenia para hacer bailar a la ecléctica concurrencia. En el Europeyska pruebo el orzech laskowy u orzechowka, una variedad de vodka con avellana. Es dulce y la graduación alcohólica es menor, no hace falta bajarlo con jugo o pepinillos.
Pero Zakopane no es solo comida y bebida. Las montañas Tatra forman parte de un área protegida, un parque nacional donde practicar senderismo, montañismo, ski y otros deportes de invierno. Recorremos sus bosques de pinos inmensos, bordeando arroyos de lechos pedregosos y aguas cristalinas. Camino interior, señalan los carteles indicadores de los senderos del parque.
Días atrás hubo una gran tormenta y los vientos aún persisten. Fen, fohen o halny: son vientos fuertes, secos y cálidos que llegan desde el sur, suben la montaña y generan ese microclima especial de temperaturas altas para la época. Monitoreamos la situación durante todo el fin de semana, a la espera de que la estación del cablecarril volviera a funcionar. Finalmente, cuando el viento amaina, subimos a uno de los picos más altos de la montaña, a más de dos mil metros. No obstante, arriba aún sopla con fuerza, arremolinando los copos de nieve que se desprenden de la nube en la que estamos inmersos. No se ve a más de unos pocos metros. Todo es blanco y confuso, la imagen de un alma perdida en el cielo.
Voitek me la había presentado como la Disneylandia polaca. Y tiene un poco de lugar fabricado para ser feliz por un rato. Atracciones turísticas de todo tipo, carruajes, hombres disfrazados de muñecos, todo decorado con luces y adornos tradicionales.
Si bien es bastante caro, nos las ingeniamos para conseguir alojamiento por un muy buen precio y, con lo que ahorramos, nos damos la panzada en cuanto restaurante típico ─es decir, casi todos─ encontramos a nuestro paso. La comida de las highlands ─así se la presenta en los menús─ es cien por ciento a base de carne. La ambientación de los restaurantes también: animales embalsamados con las fauces abiertas me miran desde las paredes y el techo mientras yo trato de comer mi panqueque de papa (moskal) con manteca de ajo y salsa de hongos, uno de los pocos platos vegetarianos de la carta.
La noche del sábado vamos al Café Europeyska, un reducto muy original donde Ricardo presenta su show. Con clásicos polacos e italianos de los últimos cuarenta años, va cambiando su indumentaria en función del repertorio y se las ingenia para hacer bailar a la ecléctica concurrencia. En el Europeyska pruebo el orzech laskowy u orzechowka, una variedad de vodka con avellana. Es dulce y la graduación alcohólica es menor, no hace falta bajarlo con jugo o pepinillos.
Pero Zakopane no es solo comida y bebida. Las montañas Tatra forman parte de un área protegida, un parque nacional donde practicar senderismo, montañismo, ski y otros deportes de invierno. Recorremos sus bosques de pinos inmensos, bordeando arroyos de lechos pedregosos y aguas cristalinas. Camino interior, señalan los carteles indicadores de los senderos del parque.
Días atrás hubo una gran tormenta y los vientos aún persisten. Fen, fohen o halny: son vientos fuertes, secos y cálidos que llegan desde el sur, suben la montaña y generan ese microclima especial de temperaturas altas para la época. Monitoreamos la situación durante todo el fin de semana, a la espera de que la estación del cablecarril volviera a funcionar. Finalmente, cuando el viento amaina, subimos a uno de los picos más altos de la montaña, a más de dos mil metros. No obstante, arriba aún sopla con fuerza, arremolinando los copos de nieve que se desprenden de la nube en la que estamos inmersos. No se ve a más de unos pocos metros. Todo es blanco y confuso, la imagen de un alma perdida en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario