Tomo el metro en la estación Nasir, dirección Helwan. La estación Sadat, mucho más cerca del hostel, está cerrada desde la revolución de 2011. En Egipto, el metro tiene vagones exclusivos para mujeres. Observo los diversos grados de capas de ropa, desde las más occidentales hasta las que llevan cubierto cada centímetro cuadrado de piel, incluyendo manos y pies. Me pregunto qué tan cercanas se sienten entre ellas, las egipcias en los dos extremos. Suben vendedores, tanto hombres como mujeres, como a cualquier Cutcsa.
Me bajo en la parada Mari Girgis, San Jorge, en el Cairo Antiguo. En este lugar se encuentran los restos de la era cristiana de Egipto, el llamado Período Copto, que se extendió desde la conversión del Imperio Romano al cristianismo hasta la llegada de los árabes en el siglo VII. En un área cerrada por antiguos muros hay ruinas romanas, varias iglesias, un monasterio y una sinagoga, conectados entre sí por angostos pasajes cubiertos de libros, fotografías y otros objetos para la venta. En una de las iglesias, la de San Sergio, está la cripta en la que dicen que permaneció la Sagrada Familia durante un tiempo, en su periplo por Egipto.
El Cairo turístico está impregnado de una historia centenaria, milenaria. El Cairo del presente es un crisol fascinante y abrumador a la vez, que se revela a su tiempo. Marisa ─una de mis compañeras de curso en el CCDC─ me invita a la inauguración del artista Bassem Yousri, en la galería de arte contemporáneo Mashrabia, sobre la calle Champollion, a dos cuadras del hostel. Me encuentro con sus críticas impresiones sobre la política y la cultura egipcias de principios del siglo XXI, dibujadas con gruesos trazos negros sobre lienzo blanco recuadrado en rojo, verde y azul. Viñetas ácidas, humorísticas, que retratan al hombre y la mujer egipcios y me ofrecen nuevas pistas para descifrarlos.
Encuentro a la comunidad artística de El Cairo igual a la de Montevideo o de cualquier otro lugar donde haya estado. Similares códigos de comportamiento social. Marisa me presenta a varios de sus amigos: una clown, una actriz, un realizador audiovisual. Pruebo por fin la cerveza egipcia. Dejo pasar, por distracción, el jugo de hibisco. De allí nos vamos a un café. Atravesamos la manzana por un pasaje que alberga bares donde hombres y mujeres fuman shisha, bares que no son más que mesas y sillas a lo largo del callejón y de los claros que se abren en el medio de la manzana. Hace calor pero corre brisa. En una esquina, un hombre vende sandwiches a demanda y le pone tu nombre a la combinación elegida. Las fruterías aún están abiertas. Suenan bocinas, suenan sirenas, nuestros pasos y nuestras voces, distintas, iguales, las mismas.
Me bajo en la parada Mari Girgis, San Jorge, en el Cairo Antiguo. En este lugar se encuentran los restos de la era cristiana de Egipto, el llamado Período Copto, que se extendió desde la conversión del Imperio Romano al cristianismo hasta la llegada de los árabes en el siglo VII. En un área cerrada por antiguos muros hay ruinas romanas, varias iglesias, un monasterio y una sinagoga, conectados entre sí por angostos pasajes cubiertos de libros, fotografías y otros objetos para la venta. En una de las iglesias, la de San Sergio, está la cripta en la que dicen que permaneció la Sagrada Familia durante un tiempo, en su periplo por Egipto.
El Cairo turístico está impregnado de una historia centenaria, milenaria. El Cairo del presente es un crisol fascinante y abrumador a la vez, que se revela a su tiempo. Marisa ─una de mis compañeras de curso en el CCDC─ me invita a la inauguración del artista Bassem Yousri, en la galería de arte contemporáneo Mashrabia, sobre la calle Champollion, a dos cuadras del hostel. Me encuentro con sus críticas impresiones sobre la política y la cultura egipcias de principios del siglo XXI, dibujadas con gruesos trazos negros sobre lienzo blanco recuadrado en rojo, verde y azul. Viñetas ácidas, humorísticas, que retratan al hombre y la mujer egipcios y me ofrecen nuevas pistas para descifrarlos.
Encuentro a la comunidad artística de El Cairo igual a la de Montevideo o de cualquier otro lugar donde haya estado. Similares códigos de comportamiento social. Marisa me presenta a varios de sus amigos: una clown, una actriz, un realizador audiovisual. Pruebo por fin la cerveza egipcia. Dejo pasar, por distracción, el jugo de hibisco. De allí nos vamos a un café. Atravesamos la manzana por un pasaje que alberga bares donde hombres y mujeres fuman shisha, bares que no son más que mesas y sillas a lo largo del callejón y de los claros que se abren en el medio de la manzana. Hace calor pero corre brisa. En una esquina, un hombre vende sandwiches a demanda y le pone tu nombre a la combinación elegida. Las fruterías aún están abiertas. Suenan bocinas, suenan sirenas, nuestros pasos y nuestras voces, distintas, iguales, las mismas.
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