viernes, 26 de septiembre de 2014

Vida cotidiana


Volví al Barrio Copto porque me habían quedado pendientes algunos lugares: la cripta donde la Sagrada Familia pasó sus días y sus noches en tiempos de Herodes; la Sinagoga de Ben Ezra, cercana al lugar donde la tradición cuenta que Moisés fue rescatado de las aguas del Nilo; y la mezquita de Amr ibn al-As, la primera construida en África, erigida en el año 641, cuando los árabes conquistaron estas tierras. Todo en el espacio que ocupan cuatro o cinco manzanas. También visité Zamalek, una de las islas en el Nilo, con sus parques y su Opera House. Crucé a pie el puente Al Gala, el custodiado por cuatro leones. Las barcazas van y vienen y de noche se iluminan de colores.

En Alejandría, acompañada por Abdelsameea y con la guía de su amigo historiador Mohamed, visité el Museo Nacional. Allí pude ver la representación de una tumba con todos sus elementos. Quedé admirada del delicado trabajo de los sarcófagos y de cómo estos han sobrevivido al tiempo para dar testimonio de los deseos y preocupaciones humanos de hace 5000 años. Como en una matrushka, caja dentro de caja, las inscripciones de cada sarcófago narran la vida de la persona que fue. El más pequeño da cobijo a la momia.

Abdelsameea es director de teatro. Caminando por las calles de su ciudad, fundada por el gran Alejandro, me cuenta, como al pasar, que su trabajo final de carrera en la Facultad de Artes lo realizó con la obra Hijo del rigor, de Alvaro Ahunchain, que encontró traducida al árabe. Conexiones improbable, lazos invisibles. Asisto a una clase de teatro para jovenes y a un ensayo de una obra. Visito con él dos centros culturales y unos cuantos cafés. La nueva Biblioteca de Alejandría se nos escapa, está cerrada los fines de semana. La isla de Faros ya no existe pero la bahía alberga un tesoro arqueológico. Y en algún lugar de esta tierra legendaria fueron sepultados los restos de Alejandro Magno. Viene a mi memoria el hombre a caballo que se alza sobre un monolito gigante en la plaza principal de Skopje, en Macedonia, donde estuve un año atrás.

Aún no fui al Museo Egipcio, a pesar de que paso por allí dos veces al día porque está en mi ruta a Mohandesin. Sí visité el Cairo Islámico por la noche, acompañada por Mohamed ─uno de los docentes del curso en el CCDC─, Astrid y Bassant. También conocí el City Garden, bonito barrio residencial que está cerca del centro.Volví a Giza pero no a las pirámides sino al estudio de la Compañía de Mimo Esmo Eh?, de la dulcísima Safaa y su compañero Ahmed. Fui en metro, pagué 2 libras egipcias, contra las 160 del taxi de la primera vez. Visité el barrio, el que transcurre día a día con su ritmo siempre vertiginoso, con sus calles atestadas de gente, motos y autos, a veces carros y algunos animales. Lo que los musulmanes llaman La Fiesta se aproxima y en los barrios como Giza pueden verse corderos dentro de un corral o de una carpa. También los había en la puerta del estudio de Mahatat Collective, en El Manial, donde me encontré nuevamente con Astrid. De allí me dirigí a Mohandesin atravesando Dokki, otro de los barrios de El Cairo. Todos ellos comparten una caracterísica: albergan multitudes.

Mi barrio es el centro. Compro la comida casi siempre en el mismo restaurante y el agua en el mismo almacén. Ser cliente tiene sus ventajas y la comida rápida árabe no difiere mucho de un lugar a otro. Retiro dinero en el mismo banco y corto camino por los callejones que atraviesan las manzanas. El edificio donde se encuentra el hostel tiene varios porteros, los conozco a todos. Los recepcionistas del hostel son Ahmed, Mustafá y Mahmud. Las chicas que limpian, Mona y Sakhar. Kareem no se qué hace, pero anda en la vuelta, al igual que el señor que viene por las mañanas a acodarse en el mostrador de recepción y tomar té.

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