miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sarajevo

Sarajevo está a quinientos metros sobre el nivel del mar y la casa de Oliver a ochocientos, arriba en la colina, aquella desde donde en 1992 el ejército yugoslavo sitió la ciudad. Cruzamos el Latin Bridge, donde fue asesinado el Archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de junio de 1914. Dos kilómetros y medio cuesta arriba, las primeras cuadras son muy empinadas. Escaleras y calles de adoquines, chalecitos a ambos lados, perros. Es medianoche, la luz corta la bruma. Atravesamos un cementerio musulmán. Tres calles de tumbas vigilan Sarajevo desde el más absoluto silencio.

Antes, fuimos a la exibición sobre Srebrenica, la ciudad donde en 1995 fueron asesinados ocho mil bosnios a pesar de haber sido declarada zona segura por las Naciones Unidas. Estaba cerrado, se nos escapó y quizás fue mejor así. La noche anterior habíamos visto No man's land, la película sobre un soldado bosnio y otro serbobosnio atrapados en una trinchera entre ambos frentes y la participación de los Cascos Azules en su rescate. UN, United Nothing, les dicen en Bosnia.

Tras la firma del acuerdo de Dayton que puso fin a la guerra en 1996, Srebrenica quedó dentro de la división llamada República Srpska, con mayoría de habitantes serbios. En el presente, Bosnia tiene un gobierno colegiado conformado por tres presidentes: uno bosnio, uno serbio y uno croata. El idioma oficial es el bosnio-serbo-croata, aunque en la República Srpska se habla y se enseña el serbio.

Desde la casa de Oliver se ve toda la ciudad pero ha llovido mucho y la niebla persiste. La planta baja es una gran habitación construida con gruesos tirantes de madera a la vista y piso de ladrillos. Hay una cocina a disposición de sus huéspedes. En la planta alta hay tres dormitorios, un baño y un altillo. Toda la casa está bien calefaccionada. Afuera, en la altura, el invierno ya llegó.

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