viernes, 29 de noviembre de 2013

La nieve estaba en Serbia

Primero aparecieron los ciervos, luego la nieve. Conforme el tren avanzaba, todo se iba poniendo blanco del otro lado del vidrio. Dos horas más adelante, estaba en el medio de una tormenta furiosa. Bajé en Stara Pazova, ya era de noche. Caminé entre las vías, la nieve caía muy suave sobre mi capucha de lana. Tuve que cambiar de tren dos veces antes de llegar a Novi Sad, la capital de la Provincia Autónoma de Vojvodina, en el norte de Serbia. En el último, paramos en el medio de la nada. Me dijo un pasajero que estábamos esperando por un tren que venía de frente, ya que dentro del tunel había una sola vía. Me vino a la memoria alguna película de Kusturica.

En Novi Sad, los árboles cargan la nieve sobre sus verdes y amarillas hojas. Es que el otoño fue muy benigno, dicen por aquí. Entonces, no alcanzaron a deshojarse antes de que la nieve llegara con todo su rigor. Busco un cajero automático, necesito denares serbios para pagar el ómnibus. Novi Sad es la segunda ciudad de Serbia, las distancias son largas y tengo que llegar al Campus Universitario donde viven los Couchserfers que me van a dar refugio. Camino con cuidado, el pavimento está resbaladizo. Evito pasar bajo los árboles, la nieve que se acumula en ramas y hojas cae con mucha más fuerza que la que se desprende del cielo. Me sonrío, me gusta lo que veo, me digo que por fin. Siento mucho frío.

Llego a lo de Maja. Vive con su esposo Voja y su hija Yenja. Grandes viajeros, recorrieron América Latina en dos largos viajes. La niña iba con ellos. Habla inglés y español y con ocho años ha visto más del mundo de lo que la mayoría verá en toda su vida. Voja me ofrece te o café y le digo que lo que realmente deseo es un mate. Saca un frasco con yerba argentina comprada en Siria y una colección de bombillas en miniatura que en Uruguay jamás vi. Me preparo el mate en una taza y como sustituto del termo uso el tachito con el que se prepara el café a la turca.

Voja es músico. Voy dos veces a ver a su grupo. Tocan jazz en diferentes bares de la ciudad. También voy con Maja a un centro cultural alternativo donde un grupo de veganos prepara una cena comunitaria. Allí me quedo charlando con una pareja de refugiados tunecinos. Sabrina es una activista de veinticuatro años requerida en su país por tener una página en Facebook con un discurso anti islamista. Con ella y Sami ─su pareja─ cruzamos el helado parque a orillas del Danubio, camino al centro de la ciudad. Son las diez de la noche, parecen las cuatro de la mañana. Siento mucho frío.

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