miércoles, 21 de agosto de 2013

Ani, la ciudad de las vacas


La ciudad de Ani fue capital del Reino de Armenia hace más de mil años. Tras sucesivas conquistas y saqueos por parte de turcos, georgianos y mongoles, fue destruida por un terremoto en el año 1319. Hoy, las ruinas de sus murallas, castillos e iglesias se encuentran esparcidas en un descampado a casi dos mil metros de altura, al borde del cañón que separa Turquía de Armenia. Las vacas que pastan en sus prados son sus únicas pobladoras y atraviesan a piacere las majestuosas puertas de la antigua fortaleza medieval.

Llegué a Ani desde Kars, como parte de un tour - esos que detesto comprar - porque no hay transporte público regular hacia el medio de la nada. El viaje tomó poco más de media hora. Un parador con restaurante e inmaculados baños y un kiosco con mesas a la sombra es toda la infraestructura con la que cuenta el lugar.

Ani no es Capadocia. Los antiguos frescos de sus iglesias no están bajo trabajos de conservación. Aquí no hay barreras de contención ni está prohibido tomar fotos. Los agentes erosivos hacen su trabajo las veinticuatro horas y los visitantes irresponsables que rayan los muros y dejan desperdicios por el camino, hacen el resto. Ani es una ciudad quasi abandonada por los defensores del patrimonio histórico y cultural. Por otro lado, ese mismo abandono es lo que la hace tan disfrutable.

Sobre el río que marca la actual frontera con Armenia, aún subsisten los pilares de un puente en ruinas - la via della seta, dice un italiano a mi lado -, triste metáfora de una frontera cerrada y una memoria aún doliente.

Para los turcos, los kurdos éramos los bárbaros de las montañas - me dice Halil, en Kars - y los armenios eran la población urbana, educada y rica. Mi padre habla la lengua kurda, yo ya no la hablo. Los kurdos también esperamos por el reconocimiento de nuestros derechos, entre ellos el idioma. Y el estado turco y la nación kurda tendrían que pedir perdón a los armenios. En esta tierra hay lugar para todos.

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