En este momento, en que volver a Estambul por razones de logística comienza a ser una opción, no se me ocurre mejor idea que ir a conocer el barrio - ciudad - satélite de Gálata*, del otro lado de la bahía de Varna, y su hermosísima playa, bajando el cerro.
Para llegar allí tuvimos que unir la información obtenida por Miha - mi compañero de apartamento - a través de su amigo búlgaro, con preguntas en esloveno y respuestas en búlgaro, un poco de buena voluntad y un toque de suerte.
Fuimos a la estación de buses que queda a pocas cuadras del apartamento. Frente a mi "Avtobus Galata tuk?", la señora que vende los tickets optó por responder "Ne" y cerrar la ventanilla. Cruzamos a la parada de ómnibus del otro lado de la avenida. Formulamos la misma pregunta a un hombre con la bolsa de los mandados y esta vez obtuvimos una extensa respuesta, de la que pudimos deducir que había otra estación de buses en el centro, desde la cual tomar el 17 a Gálata. En eso aparece un ómnibus y el mismo señor nos indica que ese nos lleva a la otra "avtogara".
La tal "avtogara" eran un par de refugios donde nadie sabía si allí paraba el 17... hasta que lo vimos pasar y dar la vuelta en redondo en la esquina. Nos tiramos en medio de los coches para alcanzarlo en la parada de enfrente. "Moyete kayite Galata tsenter?", dice Miha, algo así como que nos avise cuando estemos en el centro de Gálata, no se si en búlgaro, en esloveno o en el idioma de los Balcanes, esa mezcla que todos hablan, a pesar de que cada uno reivindica su lengua (de todos modos, debo suponer que el búlgaro es bastante diferente del esloveno, ya que Miha no lo entiende, como sí lo entienden los Serbios o los Macedonios, por ejemplo).
Tomamos las vías de salida de la ciudad y cruzamos el puente que une ambos lados de la bahía. El puerto de Varna, como puerto, es muy pequeño, y el canal que lo une con el resto de la bahía es bastante angosto. Pero el puente es imponente, realmente alto, ya que la otra cabecera está apoyada en un cerro, desde donde se puede ver la ciudad de Varna en toda su extensión, las playas del centro, San Constantín y Santa Elena y aún más allá.
Nos bajamos en el centro de Gálata y nos entendimos en perfecto búlgaro con una señora sentada a la sombra. Claro, más allá del idioma está aquello de las distancias, algo que a todos nos pasa aún en nuestra lengua materna. Sí, entendimos bien que eran doscientos metros hasta llegar al lugar donde tomar a la izquierda, pero no eran doscientos, eran quinientos, seiscientos, muchos más! Y a partir de allí, una infinita escalera de bloques de piedra, rodeada de pinos, tan alta como el cerro, como el puente, con aroma a bosque, con sonido de chicharras y, conforme descendíamos, de cascadas ocultas entre los árboles y de minúsculas olas rompiendo contra las piedras, allá abajo, en la orilla.
* El Puente Gálata y la Torre del mismo nombre son íconos de la bella Estambul.
Para llegar allí tuvimos que unir la información obtenida por Miha - mi compañero de apartamento - a través de su amigo búlgaro, con preguntas en esloveno y respuestas en búlgaro, un poco de buena voluntad y un toque de suerte.
Fuimos a la estación de buses que queda a pocas cuadras del apartamento. Frente a mi "Avtobus Galata tuk?", la señora que vende los tickets optó por responder "Ne" y cerrar la ventanilla. Cruzamos a la parada de ómnibus del otro lado de la avenida. Formulamos la misma pregunta a un hombre con la bolsa de los mandados y esta vez obtuvimos una extensa respuesta, de la que pudimos deducir que había otra estación de buses en el centro, desde la cual tomar el 17 a Gálata. En eso aparece un ómnibus y el mismo señor nos indica que ese nos lleva a la otra "avtogara".
La tal "avtogara" eran un par de refugios donde nadie sabía si allí paraba el 17... hasta que lo vimos pasar y dar la vuelta en redondo en la esquina. Nos tiramos en medio de los coches para alcanzarlo en la parada de enfrente. "Moyete kayite Galata tsenter?", dice Miha, algo así como que nos avise cuando estemos en el centro de Gálata, no se si en búlgaro, en esloveno o en el idioma de los Balcanes, esa mezcla que todos hablan, a pesar de que cada uno reivindica su lengua (de todos modos, debo suponer que el búlgaro es bastante diferente del esloveno, ya que Miha no lo entiende, como sí lo entienden los Serbios o los Macedonios, por ejemplo).
Tomamos las vías de salida de la ciudad y cruzamos el puente que une ambos lados de la bahía. El puerto de Varna, como puerto, es muy pequeño, y el canal que lo une con el resto de la bahía es bastante angosto. Pero el puente es imponente, realmente alto, ya que la otra cabecera está apoyada en un cerro, desde donde se puede ver la ciudad de Varna en toda su extensión, las playas del centro, San Constantín y Santa Elena y aún más allá.
Nos bajamos en el centro de Gálata y nos entendimos en perfecto búlgaro con una señora sentada a la sombra. Claro, más allá del idioma está aquello de las distancias, algo que a todos nos pasa aún en nuestra lengua materna. Sí, entendimos bien que eran doscientos metros hasta llegar al lugar donde tomar a la izquierda, pero no eran doscientos, eran quinientos, seiscientos, muchos más! Y a partir de allí, una infinita escalera de bloques de piedra, rodeada de pinos, tan alta como el cerro, como el puente, con aroma a bosque, con sonido de chicharras y, conforme descendíamos, de cascadas ocultas entre los árboles y de minúsculas olas rompiendo contra las piedras, allá abajo, en la orilla.
* El Puente Gálata y la Torre del mismo nombre son íconos de la bella Estambul.
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