Lo más interesante de los viajes suele ser la gente en el camino. Pero, cada tanto, uno va a dar a un lugar como este.
Me levanté a las seis de la mañana. Desayuné, me bañé, preparé el bolso... y a las siete le golpeé la puerta a Miha, que a todas luces se había dormido. A las siete y media nos tomamos un bus a Kavarna y allí, otro a Bulgarevo, el pueblo más cercano a Cabo Kaliakra, a unos 70 kmts de Varna. En el camino, pasamos por la bella ciudad de Balchik, que quedará para mi próxima visita a Bulgaria, junto con Chudnite Mostove (The Wonderful Bridges) en los Montes Ródope, los siete lagos del Monte Rila y, obviamente, Koprivshtitsa.
Desde Bulgarevo, comenzamos a caminar por la ruta al cabo. Estaba bastante transitada y a los pocos minutos nos levantó un auto. Eran las diez de la mañana y el calor comenzaba a apretar. Nos bajamos en un cruce. Nuestro chofer iba camino a Bólata, una playa de la que tomamos nota para visitar al regreso del cabo. El paisaje es agreste. La presencia del hombre se delata en la ruta asfaltada y en el bosque de molinos de viento. Caminamos un kilómetro y llegamos al ojo de esa aguja de piedra que se mete en el mar, cortando el agua, como un rompehielo abriéndose paso.
Cabo Kaliakra es silencio. Ni siquiera el viento hace ruido. Abajo, las redes de los pescadores trabajan todo el día. Los delfines van tras su fruto, igual que en el Amazonas. Pescadores solitarios en pequeñas lanchas a motor y un barco de prefectura patrullando las aguas. Águilas planeando frente a los acantilados. Decenas de golondrinas jugando -¿o aprendiendo a volar?-. Lagartijas, insectos. Una antigua fortaleza y un músico interpretando una milonga en su acordeón, bajo el arco de entrada.
Me levanté a las seis de la mañana. Desayuné, me bañé, preparé el bolso... y a las siete le golpeé la puerta a Miha, que a todas luces se había dormido. A las siete y media nos tomamos un bus a Kavarna y allí, otro a Bulgarevo, el pueblo más cercano a Cabo Kaliakra, a unos 70 kmts de Varna. En el camino, pasamos por la bella ciudad de Balchik, que quedará para mi próxima visita a Bulgaria, junto con Chudnite Mostove (The Wonderful Bridges) en los Montes Ródope, los siete lagos del Monte Rila y, obviamente, Koprivshtitsa.
Desde Bulgarevo, comenzamos a caminar por la ruta al cabo. Estaba bastante transitada y a los pocos minutos nos levantó un auto. Eran las diez de la mañana y el calor comenzaba a apretar. Nos bajamos en un cruce. Nuestro chofer iba camino a Bólata, una playa de la que tomamos nota para visitar al regreso del cabo. El paisaje es agreste. La presencia del hombre se delata en la ruta asfaltada y en el bosque de molinos de viento. Caminamos un kilómetro y llegamos al ojo de esa aguja de piedra que se mete en el mar, cortando el agua, como un rompehielo abriéndose paso.
Cabo Kaliakra es silencio. Ni siquiera el viento hace ruido. Abajo, las redes de los pescadores trabajan todo el día. Los delfines van tras su fruto, igual que en el Amazonas. Pescadores solitarios en pequeñas lanchas a motor y un barco de prefectura patrullando las aguas. Águilas planeando frente a los acantilados. Decenas de golondrinas jugando -¿o aprendiendo a volar?-. Lagartijas, insectos. Una antigua fortaleza y un músico interpretando una milonga en su acordeón, bajo el arco de entrada.
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