Varna era el punto de partida, el lugar desde donde dejar Bulgaria. Pero también Ruse pudo serlo. Varna pudo no ser nada y, de repente, Varna es mi hogar. Dibujé muchas rutas de salida. Algunas atravesaban la frontera con Rumania, otras volvían a Turquía, otras cruzaban el Mar Negro. La enfermedad de Olivia me llevó a elegir un lugar donde parar.
Llegué el lunes por la tarde desde Cherven. Carol tenía que llevar a reparar su Lada a Ruse. Me ofrecí a manejarlo. Ella adelante en su Chevrolet y yo atrás en el viejo choche ruso, salimos del hueco en la montaña donde el pueblo duerme su larga siesta. Cruzamos los campos de girasoles y llegamos a la gran ciudad del norte, también llamada “La Pequeña Viena”, con sus edificios de estilos neoclásico y barroco y sus cruceros por el Danubio. Mi ómnibus salía a las cuatro de la tarde.
La ruta hacia Varna es un largo tobogán asfaltado, de suave pero continua pendiente, que desemboca casi en el Mar Negro. La terminal de ómnibus se encuentra en las espaldas de la ciudad. Aún hay que llegar al centro y atravesar las peatonales repletas de veraneantes para poder alcanzar la costa, tender la toalla al sol y poner los pies en las aguas mansas de este mar misterioso, en cuyo fondo no hay vida.
La primera noche en la ciudad, salí en busca de la rambla, costa o malecón. Me dejé guiar por el río de gente, toda esa gente que no encontré en Sofia, Plovdiv o Veliko Tarnovo. La mayoría de los veraneantes son búlgaros, aunque también vienen muchos ucranianos y rusos. De todos modos, Varna es una ciudad universitaria con casi medio millón de habitantes permanentes y los principales centros de vacaciones están a pocos kilómetros de aquí, en lugares como Golden Sands o Valchik.
Desde la semipenumbra del bar en la playa, pude ver la silueta de los cerros a ambos lados de la costa. Las pequeñas olas rompían en la orilla, una tras otra. Una brisa fresca mitigaba el calor acumulado durante los días en el interior de Bulgaria. Sentí una emoción muy intensa, me pareció natural estar allí, pero extraño al mismo tiempo. Familiar aunque ajeno. Y en la quietud de la noche, el Mar Negro parecía no tener fin.
Dediqué los dos primeros días a buscar apartamento. Al día siguiente de mi llegada visité un pequeño estudio en la costa, la segunda planta de una casa en pleno centro de Varna y un apartamento de dos dormitorios en un barrio no muy lejos de allí. Aunque era mucho espacio para mi sola y más de lo que quería pagar, me decidí por este último con la esperanza de encontrar alguien con quien compartirlo. Y así fue.
Nos mudamos el último día de julio. Limpiamos un poco la casa e hicimos las primeras compras. Fuimos al bar de enfrente a tomar algo, con el único propósito de conseguir la clave de la conexión wifi. Desde las habitaciones que dan a la calle podemos conectarnos a internet y, aunque la señal es baja, las noticias que cuentan de la recuperación de Olivia cruzan el Océano Atlántico, entran por el Estrecho de Gibraltar, atraviesan el Mar Mediterráneo, los Dardanelos, el Mar de Mármara y el Bósforo, surfean la costa oeste del Mar Negro y llegan a mi ventana sobre el Bulevar Slivnitsa sin ninguna dificultad.
Me alegra que Olivia esté mejor. Seguramente te extraña, los perros son así, tan fieles y leales.
ResponderEliminarCuánto tiempo te pensás quedar en Varna?
hasta el 15 de agosto tengo alquilado el apto, luego veré si sigo en el mismo lugar o me muevo un poco, pero la idea es esperar a que termine el tratamiento de olivia, a fin de mes.
ResponderEliminarpensás venir? tengo espacio :D