viernes, 13 de septiembre de 2013

Esa entelequia

Hace tres meses que estoy viajando. Parece una eternidad.

Ayer me sentí muy mal por causa de una sopa que había cenado la noche anterior. No quiero ponerle dramatismo a una simple indigestión, pero el malestar era tan grande que lo único que quería era irme de Georgia. Claro, eso implicaba salir primero de la cama, hacer el bolso, comprar un ticket hacia algún lado y viajar, en ese estado. Me largué a llorar, era mucho más fácil. Como por milagro, las lágrimas aflojaron las tensiones en mi estómago y vomité los restos de la sopa en el piso, al lado de la cama. 

Hace unos días una amiga me preguntaba cómo me sentía. El relato oficial ya lo leí, me dijo. En tres meses he tenido tiempo de experimentar todo tipo de sensaciones. La más fuerte y menos agradable es el miedo. No me he visto envuelta en ninguna situación que objetivamente pudiera justificar ese miedo, pero la emoción persiste. Y ayer experimenté por primera vez la soledad como algo negativo. Estar solo y aprender a disfrutar de la compañía de uno mismo, es una nutritiva experiencia. Pero sentirse solo estando enfermo, realmente nos pone a prueba. Por fortuna, hoy me siento mucho mejor - incluso pude desayunar - y no estoy pensando en volver... aún.

Claro que enfrentar el miedo - incluído el miedo a estar solo - es parte del desafío que conscientemente elegí vivir y se que al hacerlo gano en libertad, el más preciado de los dones. La libertad, esa entelequia, no es más que la ausencia de miedos.

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