No ha parado de llover, la excusa perfecta para no hacer nada. Ayer, Marika, la dueña del hostel, estaba un poco asustada por el tema de la tormenta. Luego supe por la prensa georgiana que lo que se esperaba era un ciclón y que los vientos en Poti y otros lugares de la costa habían sido muy fuertes.
Afortunadamente para mí, en la casa no hay mucha gente. En el segundo piso hay una habitación con muchas camas, una cocina y un baño. Abajo, cruzando el patio, otro baño. Al frente, un jardín y al costado, el bar y salón común, donde me he pasado las horas subiendo las trescientas fotos que saqué en mi loca carrera alrededor de Georgia en compañía de Erika y Jiri.
Conocí a los checos en Kazbegi, en el norte - cerca de la frontera con Rusia -, en la casa de Maia, una guesthouse, como les dicen aquí. En Tibilisi, Pedro se había vuelto a Portugal y me había dejado de regalo la Lonely Planet. Compré un bolso barato, puse allí parte de la ropa, las cremas y la bijouterie y me fui con lo esencial en la mochila a la estación Didube, a tomarme la marshrutska.
Es fácil recorrer Georgia, siempre y cuando uno se adapte a dos cosas escenciales: las guesthouses y las marshrutkas. Las primeras están desperdigadas por todo el país y se las identifica por el cartel en inglés en la puerta. Son casas de familia, con una, dos o más habitaciones acondicionadas para turistas, baño compartido y, si el huésped así lo quiere, comida casera. Las habilidades para la cocina varían, pero en general el menú es abundante y delicioso. El desayuno es todo un desafío para nuestros hábitos alimenticios. En dos semanas debo de haber engordado tres kilos y de a ratos no me he sentido muy bien. Ahora estoy tratando de dejar de comer como un georgiano.
La casa de Maia en Kazbegi, en el Gran Cáucaso, era grande y cómoda. De Kazbegi nos fuimos a Mtskheta, donde solo estuvimos un rato para visitar sus antiguas iglesias, por lo que la siguiente noche la pasamos en Gori. La vivienda estaba un poco destruida, especialmente el baño, y todo el mobiliario era una reliquia de otros tiempos - igual que el museo de Stalin y que Uplistsikhe, la ciudad excavada en la roca -, pero estaba limpia y la dueña era un encanto de persona. El esperanto eslávico de Erika vino muy bien porque nuestra anfitriona no hablaba inglés, aunque tenía una vecina de unos diez años que hacía de intérprete con total eficiencia.
De Gori nos fuimos a Kutaisi, la segunda ciudad de Georgia, a la casa de Mediko, el mejor lugar por lejos. El baño estaba hecho a nuevo y la comida era exquisita. Además, Mediko era amable y simpática. Nos mostró con orgullo un libro de visitas con saludos en todos los idiomas, de huéspedes de los cinco continentes. Yo fui la primera uruguaya en su casa. Lavamos ropa, recorrimos la ciudad y visitamos la cueva de Prometeo, una maravilla para mis desacostumbrados ojos.
De Kutaisi nos dirigimos a Mestia, en la región de Svaneti - otra vez el Gran Cáucaso, pero del otro lado de Osetia del Sur -, donde se está desarrollando una aún incipiente industria turística y el contacto es más distante y mercantil. El lugar era un edificio rectangular con una sucesión de habitaciones con baño privado y no había dueña de casa, pero oficialmente era una guesthouse. Por último, en Laleta, a tan solo diez kilómetros de Mestia, encontré una casa con una infraestrucutra mucho más desarrollada, pero aún con calor de hogar, gracias a la hospitalidad de Ksenia.
En cuanto a las marshrutskas, tengo que decir que son un buen sistema de transporte, si comparo con el nuestro: son rápidas, frecuentes y baratas. Pero no son cómodas, uno viaja como sardina en lata y en medio de los bolsos. Salen cuando están completas, por lo que a veces los horarios pueden ser un poco inciertos. En mi caso, no hay problema porque no tengo apuro. No he visto ningún ómnibus de cuarenta asientos por aquí dentro del sistema de transporte público.
En un par de ocasiones viajamos en tren, el que brinda el servicio común: de Mtskheta a Gori y de Gori a Kutaisi, en la zona del llano, entre el Gran y el Pequeño Cáucaso. Para en cada estación y debo decir que son muchas, ya que el interior de Georgia está muy poblado. Un viaje de cien kilómetros puede durar tres horas. En contrapartida, el boleto es muy barato y uno viaja más cómodo que en la marshrutska, una vez que consigue asiento. Ahora, si toca viajar parado, la cosa cambia. En nuestro caso y como eramos extranjeros, la gente - no me canso de repetir lo amable que es - nos ofreció sus lugares.
Montañas, iglesias, ciudades excavadas en la roca y cuevas con lagos subterráneos, parques nacionales con frondosos bosques y rocas con huellas de dinosaurios, museos y monumentos, una historia que se cuenta en miles de años, confluencia de culturas - los más grandes imperios han tenido que ver en este territorio -, un lenguaje único - e incomprensible -, una gastronomía sabrosa y potente y un corazón abierto y generoso. Ahora necesito descansar por unos días y comprarme un buen libro de historia.
Afortunadamente para mí, en la casa no hay mucha gente. En el segundo piso hay una habitación con muchas camas, una cocina y un baño. Abajo, cruzando el patio, otro baño. Al frente, un jardín y al costado, el bar y salón común, donde me he pasado las horas subiendo las trescientas fotos que saqué en mi loca carrera alrededor de Georgia en compañía de Erika y Jiri.
Conocí a los checos en Kazbegi, en el norte - cerca de la frontera con Rusia -, en la casa de Maia, una guesthouse, como les dicen aquí. En Tibilisi, Pedro se había vuelto a Portugal y me había dejado de regalo la Lonely Planet. Compré un bolso barato, puse allí parte de la ropa, las cremas y la bijouterie y me fui con lo esencial en la mochila a la estación Didube, a tomarme la marshrutska.
Es fácil recorrer Georgia, siempre y cuando uno se adapte a dos cosas escenciales: las guesthouses y las marshrutkas. Las primeras están desperdigadas por todo el país y se las identifica por el cartel en inglés en la puerta. Son casas de familia, con una, dos o más habitaciones acondicionadas para turistas, baño compartido y, si el huésped así lo quiere, comida casera. Las habilidades para la cocina varían, pero en general el menú es abundante y delicioso. El desayuno es todo un desafío para nuestros hábitos alimenticios. En dos semanas debo de haber engordado tres kilos y de a ratos no me he sentido muy bien. Ahora estoy tratando de dejar de comer como un georgiano.
La casa de Maia en Kazbegi, en el Gran Cáucaso, era grande y cómoda. De Kazbegi nos fuimos a Mtskheta, donde solo estuvimos un rato para visitar sus antiguas iglesias, por lo que la siguiente noche la pasamos en Gori. La vivienda estaba un poco destruida, especialmente el baño, y todo el mobiliario era una reliquia de otros tiempos - igual que el museo de Stalin y que Uplistsikhe, la ciudad excavada en la roca -, pero estaba limpia y la dueña era un encanto de persona. El esperanto eslávico de Erika vino muy bien porque nuestra anfitriona no hablaba inglés, aunque tenía una vecina de unos diez años que hacía de intérprete con total eficiencia.
De Gori nos fuimos a Kutaisi, la segunda ciudad de Georgia, a la casa de Mediko, el mejor lugar por lejos. El baño estaba hecho a nuevo y la comida era exquisita. Además, Mediko era amable y simpática. Nos mostró con orgullo un libro de visitas con saludos en todos los idiomas, de huéspedes de los cinco continentes. Yo fui la primera uruguaya en su casa. Lavamos ropa, recorrimos la ciudad y visitamos la cueva de Prometeo, una maravilla para mis desacostumbrados ojos.
De Kutaisi nos dirigimos a Mestia, en la región de Svaneti - otra vez el Gran Cáucaso, pero del otro lado de Osetia del Sur -, donde se está desarrollando una aún incipiente industria turística y el contacto es más distante y mercantil. El lugar era un edificio rectangular con una sucesión de habitaciones con baño privado y no había dueña de casa, pero oficialmente era una guesthouse. Por último, en Laleta, a tan solo diez kilómetros de Mestia, encontré una casa con una infraestrucutra mucho más desarrollada, pero aún con calor de hogar, gracias a la hospitalidad de Ksenia.
En cuanto a las marshrutskas, tengo que decir que son un buen sistema de transporte, si comparo con el nuestro: son rápidas, frecuentes y baratas. Pero no son cómodas, uno viaja como sardina en lata y en medio de los bolsos. Salen cuando están completas, por lo que a veces los horarios pueden ser un poco inciertos. En mi caso, no hay problema porque no tengo apuro. No he visto ningún ómnibus de cuarenta asientos por aquí dentro del sistema de transporte público.
En un par de ocasiones viajamos en tren, el que brinda el servicio común: de Mtskheta a Gori y de Gori a Kutaisi, en la zona del llano, entre el Gran y el Pequeño Cáucaso. Para en cada estación y debo decir que son muchas, ya que el interior de Georgia está muy poblado. Un viaje de cien kilómetros puede durar tres horas. En contrapartida, el boleto es muy barato y uno viaja más cómodo que en la marshrutska, una vez que consigue asiento. Ahora, si toca viajar parado, la cosa cambia. En nuestro caso y como eramos extranjeros, la gente - no me canso de repetir lo amable que es - nos ofreció sus lugares.
Montañas, iglesias, ciudades excavadas en la roca y cuevas con lagos subterráneos, parques nacionales con frondosos bosques y rocas con huellas de dinosaurios, museos y monumentos, una historia que se cuenta en miles de años, confluencia de culturas - los más grandes imperios han tenido que ver en este territorio -, un lenguaje único - e incomprensible -, una gastronomía sabrosa y potente y un corazón abierto y generoso. Ahora necesito descansar por unos días y comprarme un buen libro de historia.
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