Escuché hablar de supra y paré la oreja. Unos norteamericanos le preguntaron a Marika si era posible asistir a una verdadera fiesta georgiana. El interés no era propio, sino de un amigo periodista que estaba arribando a Georgia para encontrarse con ellos. Así fue como Marika se puso en campaña para hacerlo invitar a un casamiento y yo me anoté en la lista de colados, como fotógrafa.
Gideon, neoyorquino, simpático y buen mozo, tenía a cargo la tarea de redactar una nota sobre las famosas supras georgianas, con sus personajes y rituales. A todo esto, yo ya había leído algo sobre el asunto: que supra era el nombre que se le daba a toda reunión donde hubiera comida y bebida y que stricto sensu significaba mesa o mesa tendida.
Y efectivamente, las mesas estaban tendidas cuando llegamos, no solo con la mantelería y la vajilla sino con variedad de platos fríos, ya dispuestos. Frente a las mesas de los invitados estaba la de los novios y padrinos y, a un costado de esta, otra más pequeña con la torta de bodas.
Los novios - muy jóvenes ambos - atravesaron un cortejo con choque de espadas y entraron al salón, seguidos por todos los invitados. En su honor, un grupo de bailarines profesionales ataviado con trajes típicos, desplegó con maestría las vigorosas danzas georgianas.
Marika nos fue guiando con cada uno de los platos: qué probar primero, cómo combinar cada uno con su salsa correspondiente, sus nombres y componentes. Como me resultaba muy difícil retener tanta información - recomendaría leer la crónica de Gideon, quien tomó prolijas notas -, me concentré en probar la mayor cantidad de platos posible, acompañándolos con buen vino - la chacha la dejé para los mejor entrenados.
Pero, si entendí bien la esencia de la supra, esta no es la comida ni la bebida sino la liturgia asociada a la misma, que cuenta con el tamada como figura principal: la persona a cargo de ofrecer los brindis, cada uno de ellos precedido de un discurso. Durante toda la noche fuimos testigos del protagonismo del tamada, quien se dirigía a los invitados y a los novios en una larga y solemne exposición que culminaba con las copas en alto.
De más está decir lo bien que nos recibieron y la amabilidad y la calidez con la que fuimos agasajados. Si bien la fiesta amenazaba con extenderse durante horas, Henry nos fue a buscar pasadas las once. El protocolo indicaba en primer lugar despedirnos del tamada, quien nos hizo el honor de dedicarnos un brindis. Georgia ha tenido y tiene mucho problemas, pero los viajeros son bienvenidos en nuestra tierra, por lo que siéntanse ustedes siempre muy bienvenidos, nos tradujo Marika. No sin emoción, nos despedimos de los novios y - cual cenicienta - dejamos la supra un minuto antes de las doce.
Gideon, neoyorquino, simpático y buen mozo, tenía a cargo la tarea de redactar una nota sobre las famosas supras georgianas, con sus personajes y rituales. A todo esto, yo ya había leído algo sobre el asunto: que supra era el nombre que se le daba a toda reunión donde hubiera comida y bebida y que stricto sensu significaba mesa o mesa tendida.
Y efectivamente, las mesas estaban tendidas cuando llegamos, no solo con la mantelería y la vajilla sino con variedad de platos fríos, ya dispuestos. Frente a las mesas de los invitados estaba la de los novios y padrinos y, a un costado de esta, otra más pequeña con la torta de bodas.
Los novios - muy jóvenes ambos - atravesaron un cortejo con choque de espadas y entraron al salón, seguidos por todos los invitados. En su honor, un grupo de bailarines profesionales ataviado con trajes típicos, desplegó con maestría las vigorosas danzas georgianas.
Marika nos fue guiando con cada uno de los platos: qué probar primero, cómo combinar cada uno con su salsa correspondiente, sus nombres y componentes. Como me resultaba muy difícil retener tanta información - recomendaría leer la crónica de Gideon, quien tomó prolijas notas -, me concentré en probar la mayor cantidad de platos posible, acompañándolos con buen vino - la chacha la dejé para los mejor entrenados.
Pero, si entendí bien la esencia de la supra, esta no es la comida ni la bebida sino la liturgia asociada a la misma, que cuenta con el tamada como figura principal: la persona a cargo de ofrecer los brindis, cada uno de ellos precedido de un discurso. Durante toda la noche fuimos testigos del protagonismo del tamada, quien se dirigía a los invitados y a los novios en una larga y solemne exposición que culminaba con las copas en alto.
De más está decir lo bien que nos recibieron y la amabilidad y la calidez con la que fuimos agasajados. Si bien la fiesta amenazaba con extenderse durante horas, Henry nos fue a buscar pasadas las once. El protocolo indicaba en primer lugar despedirnos del tamada, quien nos hizo el honor de dedicarnos un brindis. Georgia ha tenido y tiene mucho problemas, pero los viajeros son bienvenidos en nuestra tierra, por lo que siéntanse ustedes siempre muy bienvenidos, nos tradujo Marika. No sin emoción, nos despedimos de los novios y - cual cenicienta - dejamos la supra un minuto antes de las doce.
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