Atravesar Grecia en bus hacia Sofía fue una muy buena idea. Salimos a las 8.30 de la mañana y llegamos pasadas las 20 horas. Casi doce horas de montañas, mesetas y valles; bosques de coníferas y otras especies que no sabría precisar; campos de vides y olivares, maíz y girasol; playas, pequeños barcos de pesca, redes; un castillo; vías férreas por las que no corren los trenes; y el majestuoso Monte Olimpo, hogar de los dioses.
Somos seis personas en el bus, más el chofer y el guarda. Hay dos servicios diarios a Sofia, pienso que quizás en el turno de la noche viaje más gente. En Larissa suben seis o siete personas y en Tesalónica se completa la mitad del coche. Paramos cada dos o tres horas en restaurantes junto a la ruta. Los coches no tienen baño. El personal es amable y muy descontracturado. El chofer maneja de sandalias sin talón, es decir, de chancletas. Si alguien necesita una parada extra junto a la ruta, puede solicitarlo sin problema.
La Grecia azul desaparece después de pasar Tesalónica. El norte del país es verde, predominan los bosques y la vegetación por momentos se vuelve muy tupida. Llegando a la frontera con Bulgaria lo que tengo frente a mí es una verde cadena montañosa, que nos abre el paso a través de un valle, surcado por un río serpenteante que corre sobre un lecho de piedras.
Cambiamos el alfabeto griego por el cirílico. Comenzamos a ver animales y pueblos de casas bajas, viejas y descuidadas, con techos de tejas de dos y cuatro aguas, con sus parras en el frente, en el costado, en el fondo.
Está parcialmente nublado. El sol se filtra por un hueco en la nube. Los rayos caen verticales desde ese hoyo en el cielo, creando una cortina de luz sobre los campos de vides. Atravesamos túneles y puentes de piedra. Cruzamos la ciudad de Blagoevgrad, con sus hileras de bloques de edificios uniformes y descascarados.
Llegamos a Sofía. Llueve en forma sostenida. Camino fuera de la estación de buses. Las personas no se muestran muy simpáticas pero intentan ayudar. Una mujer me da un boleto de tranvía, ya que aún no tengo levs para pagar el transporte público. En un restaurante turco me dibujan un plano para llegar al hostel. Un policía que custodia una calle cerrada por una manifestación, me da las últimas indicaciones.
Llego a la calle Lavele. El hostel está cerrado. Una vez más, un búlgaro me presta ayuda. Y a qué viniste a Bulgaria? - pregunta. No hay nada para ver aquí, solo protestas! - dice mientras señala a los últimos manifestantes que pasan por la calle Stamboliyski. Me busca otro hostel con su celular. Vuelvo camino atrás hasta dar con el lugar. En la puerta me encuentro con Mert, un chico turco que busca refugio por una noche porque en el hostel de la calle Lavele también lo dejaron afuera.
Somos seis personas en el bus, más el chofer y el guarda. Hay dos servicios diarios a Sofia, pienso que quizás en el turno de la noche viaje más gente. En Larissa suben seis o siete personas y en Tesalónica se completa la mitad del coche. Paramos cada dos o tres horas en restaurantes junto a la ruta. Los coches no tienen baño. El personal es amable y muy descontracturado. El chofer maneja de sandalias sin talón, es decir, de chancletas. Si alguien necesita una parada extra junto a la ruta, puede solicitarlo sin problema.
La Grecia azul desaparece después de pasar Tesalónica. El norte del país es verde, predominan los bosques y la vegetación por momentos se vuelve muy tupida. Llegando a la frontera con Bulgaria lo que tengo frente a mí es una verde cadena montañosa, que nos abre el paso a través de un valle, surcado por un río serpenteante que corre sobre un lecho de piedras.
Cambiamos el alfabeto griego por el cirílico. Comenzamos a ver animales y pueblos de casas bajas, viejas y descuidadas, con techos de tejas de dos y cuatro aguas, con sus parras en el frente, en el costado, en el fondo.
Está parcialmente nublado. El sol se filtra por un hueco en la nube. Los rayos caen verticales desde ese hoyo en el cielo, creando una cortina de luz sobre los campos de vides. Atravesamos túneles y puentes de piedra. Cruzamos la ciudad de Blagoevgrad, con sus hileras de bloques de edificios uniformes y descascarados.
Llegamos a Sofía. Llueve en forma sostenida. Camino fuera de la estación de buses. Las personas no se muestran muy simpáticas pero intentan ayudar. Una mujer me da un boleto de tranvía, ya que aún no tengo levs para pagar el transporte público. En un restaurante turco me dibujan un plano para llegar al hostel. Un policía que custodia una calle cerrada por una manifestación, me da las últimas indicaciones.
Llego a la calle Lavele. El hostel está cerrado. Una vez más, un búlgaro me presta ayuda. Y a qué viniste a Bulgaria? - pregunta. No hay nada para ver aquí, solo protestas! - dice mientras señala a los últimos manifestantes que pasan por la calle Stamboliyski. Me busca otro hostel con su celular. Vuelvo camino atrás hasta dar con el lugar. En la puerta me encuentro con Mert, un chico turco que busca refugio por una noche porque en el hostel de la calle Lavele también lo dejaron afuera.
Me gusta viajar con vos!
ResponderEliminargracias, alex!! preparate porque te voy a llevar por todos lados ;)
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