martes, 29 de octubre de 2013

Kosovo, gente en obra

Qué se siente estar tan lejos? me pregunta un inglés en el hostel. Lo pienso un poco antes de responder. Le digo que en parte me acostumbré a estar lejos de casa y a vivirlo con naturalidad. Pero a veces siento como un pellizcón en el brazo y me doy cuenta de algo... por ejemplo, de que estoy en Kosovo.

En los balcanes, todo el que necesita desaparecer se va para Kosovo. Trata de blancas, tráfico de órganos y nada interesante para ver. Me lo dijo un macedonio. En Skopje, los macedonios desconfían de los albaneses. En Kosovo, los albaneses desconfían de los serbios. Siempre que haya una frontera o una ciudad dividida, alguien te dirá por allí mejor no vayas.

Kosovo es un país en construcción y reconstrucción. Casas, edificios, rutas, mezquitas e iglesias. La población es muy joven, el cincuenta por ciento tiene menos de veinticinco años. Cuando termina el horario escolar, las calles son literalmente tomadas por cientos de estudiantes. He visto más polleras cortas tableadas que faldas largas y velos en la cabeza, aunque la mayoría de la población es musulmana. El noventa por ciento de los kosovares es de origen albanés y en las calles se ven más banderas de Albania que de Kosovo.

Kosovo es del tamaño del Departamento de Florida. Llego a Pristina en ómnibus desde Skopje. En la frontera le pregunto al oficial de aduana si es posible que no me estampen el pasaporte porque tengo planeado ir a Serbia. Me responde que sí, pero me aclara que no problem with Serbia now. En marzo de este año, ambos países iniciaron un proceso de acercamiento y hay quienes dicen que eso culminará en el reconocimiento de la República de Kosovo por parte de Serbia. Mientras tanto, Kosovo se muestra agradecida a los más de cien países - entre los que no está Uruguay - que han apoyado su declaración de independencia, efectuada el 17 de febrero del año 2008.

No obstante, la minoría de serbios que vive en Kosovo no se resigna a la separación. Mitrovica, en el norte del país, es una pequeña ciudad dividida por el Río Ibar y por los problemas étnicos entre kosovares albaneses y kosovares serbios. En la cabecera del puente, del lado albanés, una patrulla de carabinieri controla el paso. ¿Se puede cruzar? Por supuesto─ me responden con acento italiano. La otra cabecera está cerrada con un montículo de escombros. Detrás, banderas serbias abren paso al lado norte de la ciudad. El albanés con sus vocales con diéresis deja paso al alfabeto cirílico y el euro ─la moneda de uso en Kosovo─ cambia por el denar serbio. Leo Boicot 3 Noviembre en carteles y pintadas. Pregunto qué está pasando. No queremos votar en las elecciones locales─ me responden. Los kosovares serbios fruncen las caras cuando hablan de sus vecinos albaneses. Les tienen rechazo. En el lado sur, me dicen que jamás cruzan el puente: los albaneses aún sienten miedo de sus vecinos serbios.

Ando con tranquilidad por Pristina, Mitrovica y Prizren, incluso de noche. Corto camino metiéndome por calles que no conozco. Encuentro algunas casas que no terminaron de caer. El resto tiene olor a nuevo.

2 comentarios:

  1. Admiro tu falta absoluta de prejuicios, y si lo pienso, es la única manera de viajar. El resto tiene olor a nuevo confirma tu manera de ver el mundo.
    Besotes

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  2. gracias, alex! me faltó decir que casi no vengo... lo de los prejuicios es una lucha constante, porque tenerlos los tenemos todos, el asunto es darse cuenta!
    besos

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