domingo, 22 de julio de 2012

charla nocturna



ayer sábado por la noche fuimos a sarandí grande. la ciudad queda a unos cuarenta quilómetros de florida. en el centro confluyen, bajo la penumbra de los faroles, las vías del tren y la antigua estación, la calle de los comercios vidriados, la plaza principal y la iglesia con su torre iluminada.

teníamos función en el teatro sarandí, una sala acogedora que supo ser un cine hace ya varias décadas. las películas se proyectaban desde lo que hoy es la tertulia, lugar que bien pudo haber albergado un órgano de iglesia. todos coincidimos en que el teatro se parece a una capilla.

la función fue una de las mejores desde que comenzamos la gira. el veranillo y la calidez de la gente hicieron hervir el agua en el atanor. cuando salimos nuevamente a la ruta, una luna morisca y un cielo estrellado nos abrieron paso.

le pedí a josé, el dueño del volante, que no fuera a más de 120 kmts/hora. prometió respetar la consigna a cambio de que no me quedara dormida y yo, reconozco, me dispuse a hacer de copiloto por temor a que no cumpliera. le tengo miedo a la velocidad.

charla va, charla viene, josé me contó que tiene tres sueños por cumplir: ver las auroras boreales, visitar las pirámides de egipto y conocer el gran cañón del colorado. también me dijo que estuvo en cusco y machu picchu hace unos meses. no nos cruzamos de casualidad, le comenté. estuvo hospedado con su mujer en un hotel junto al río urubamba, en aguas calientes. dice que la primera noche, el estruendo del río corriendo montaña abajo no lo dejó dormir.

me quedé pensando en eso, en el ruido del agua que corre. me quedé pensando en cuando algo hace tremendo ruido -ruido que no siempre es sonido, como una luz que te ciega o esa corriente de aire que se te cuela por la espina dorsal- y también en ese ruido solapado pero persistente, como el del corazón delator de poe.


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